Uno de los grandes desafíos para toda empresa es cómo conseguir que, en su seno, surjan las mejores ideas. En muchas ocasiones, la gente teme habla ante sus superiores por temor a discrepar de ellos. Cuando esto sucede, esos pensamientos se pierden, la organización no puede sacar fruto de ellos. Para superar este problema, Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, creo un sistema al que denomina meritocracia de ideas.
El gran error de Dalio
La preocupación principal de Dalio es encontrar la forma de tomar decisiones que reduzca las posibilidades de equivocarse. De hecho, tuvo que aprender por su propia experiencia el coste que implica cometer un error. La equivocación le supuso perder su dinero y el de sus clientes y tener que pedir 4.000 dólares a su padre para poder continuar con su negocio. Esto sucedió a principios de la década de los 80.
Por entonces, se veía claramente que se avecinaba una crisis de deuda en Latinoamérica, que se convertiría en crisis económica. Los bancos estadounidenses habían prestado a los gobiernos de la región más dinero del que podrían devolver. Así, en agosto de 1982 empezó la cadena de impagos, con México en primer lugar. Dalio entonces dijo que eso no era un problema porque la situación de liquidez de las empresas era buena. Pero se equivocó de pleno y le costó perder mucho dinero, suyo y de sus clientes.
Opiniones contrarias
A un hombre tan ambicioso como Dalio esa experiencia le resultó sumamente dolorosa, pero decidió aprender de ella. A partir de entonces, empezó a preguntarse si tenía razón o no en sus planteamientos. También comenzó a buscar gente inteligente que dijera algo diferente a lo que él pensaba. Después, trataría de ver las cosas desde el punto de vista de esas personas. Lo más importante de todo ello, sin embargo, es que desarrollo el temor a equivocarse, pero sin renunciar a sus objetivos. Eso hizo que aumentara el número de sus aciertos.
A partir de ello aprendió la importancia de aceptar que todo el mundo se equivoca en algún momento. Pero cuando uno conoce sus debilidades y puede aprovechar las fortalezas de otros, sus propias limitaciones dejan de ser un obstáculo.
Para él, el mayor reto es que la gente pierda el temor a expresar sus opiniones. Por ello, creó una cultura en su organización para conseguirlo. Con este fin diseñó el sistema de meritocracia de ideas.
Invitación a la discrepancia
El primer paso en el establecimiento de una meritocracia de ideas consiste en poner sobre la mesa los pensamientos más sinceros. Quizá se trate de ideas incómodas, pero es lo que permite conocer lo que piensan los demás. Después hay que entender el arte de la discrepancia porque, si se pueden explotar las diferencias de pensamiento, aumenta la probabilidad de acertar. Luego hay que crear una serie de protocolos acordados para poder superar las discrepancias. Se trata de saber a qué personas se les da bien tales o cuales cosas y tratar de utilizar esas fortalezas para superar las discrepancias.
Otra cuestión importante es saber cuándo uno se equivoca y conocer las fortalezas y debilidades de los demás. Cuando se sabe cómo es otra persona, se sabe lo que se puede esperar de ella y se le puede adjudicar el papel que mejor le va.
En una meritocracia de ideas se establecen relaciones importantes a través de una transparencia radical. De ella, al final, surge una decisión. En este contexto, a veces resulta incómodo que le señalen a alguien sus debilidades. Por ello, a la hora de implantar una meritocracia de ideas, hay que plantearse cuatro preguntas. La primera es si se quieren tomar las decisiones basándose en una meritocracia de ideas. La segunda es si se quiere saber cómo es realmente la gente. Después hay que preguntarse hasta qué punto se quiere sinceridad y transparencia radical. Por último, hay que saber hasta qué punto se desea que la toma de decisiones se realice con la ayuda de algoritmos.
Los algoritmos entran en escena
Los algoritmos son un elemento clave en el proceso de toma de decisiones de Dalio. Cada vez que tenía que tomar una decisión, escribía los criterios que le guiaban. Si podía escribir los principios y contárselos de forma elocuente a otras personas, era capaz de pensar de forma ordenada y conseguir que la gente los entendiera. Si escribía los principios con suficiente claridad, los podía meter en ecuaciones, en algoritmos. Es lo que hizo con las inversiones de Bridgewater.
Al ver cómo funcionaban estos algoritmos con el tiempo, podía obtener una perspectiva que no hubiera conseguido si las reglas no hubieran estado tan claras. Así podía saber quienes eran las personas con ideas más fiables a la hora de tomar decisiones, sin coartar las opiniones de los demás. De esta forma, Dalio creó su sistema para la toma de decisiones. Un sistema que combina una gestión adecuada de las personas con un algoritmo que permite reducir la probabilidad de equivocarse.
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