Los estados miembros de la zona euro tienen ante sí dos grandes retos. Por un lado, necesitan elevar el potencial de crecimiento económico. Hoy por hoy, la tasa de aumento del PIB del conjunto de la zona euro se encuentra por debajo de la de Estados Unidos. Así viene siendo desde que se inició la recuperación económica, pero también se comportaba de esa manera en los años previos al estallido de la crisis. Esta diferencia con Estados Unidos es un indicativo muy claro de que la zona euro debería hacerlo mejor de lo que lo hace. Además, los europeos necesitan elevar el potencial de crecimiento porque, en caso contrario, tendrán cada vez más dificultades para financiar unos gastos sociales crecientes como consecuencia del envejecimiento de la población. Por tanto, la consolidación de mayores tasas de crecimiento económico es el primer gran reto.
Los europeos necesitan elevar el potencial de crecimiento porque, en caso contrario, tendrán cada vez más dificultades para financiar unos gastos sociales crecientes como consecuencia del envejecimiento de la población.
El segundo de ellos es la mejora del funcionamiento del mercado de trabajo, para favorecer, primero, la creación de empleo y, después, que el empleo sea estable. Porque mientras Estados Unidos ya está en pleno empleo, la zona euro se encuentra muy lejos de esa situación. Pero es que, además, la modernización del mercado de trabajo es una condición necesaria para que el cambio tecnológico y la transformación digital que están experimentando las economías desarrolladas y en desarrollo puedan llegar a todos los sectores productivos de todos los países de la zona euro y se traduzcan en más y mejores puestos de trabajo.
Juergen B. Donges, catedrático emérito de la Universidad de Colonia, urge a los gobiernos europeos a afrontar estos desafíos. Sabe muy bien que las reformas de esta naturaleza deben hacerse en momentos de bonanza económica, porque entonces las resistencias al cambio son mucho menores. La zona euro atraviesa en estos meses uno de esos momentos y Donges pide a los gobiernos que asuman su responsabilidad al respecto y traten de aprovechar el viento a favor, en vez de pedir a la Unión Europea que resuelva esos problemas, como, por desgracia, es práctica habitual, para que los gobiernos no se quemen y puedan argumentar que eso de las reformas es una imposición de Bruselas. Eso es un error doble, porque los problemas nacionales deben resolverse a nivel nacional y porque la Unión Europea en muchas ocasiones carece de las capacidades necesarias para poder actuar en esos ámbitos.
La estrategia para afrontar esos dos grandes retos, según Donges, debe asentarse sobre tres pilares: las actuaciones encaminadas a elevar el potencial de crecimiento, las dirigidas a mejorar el mercado de trabajo, para poder responder al desafío de la digitalización, y las relacionadas con la normalización de la política monetaria, ahora que la crisis queda atrás y la inflación se encuentra en niveles muy bajos.
La elevación del potencial de crecimiento, como es lógico, pasa por crear un clima que favorezca que la inversión empresarial, la auténtica responsable del crecimiento económico y de las mejoras en el nivel de vida, sea dinámica. Inversión empresarial significa acumulación de capital, y más capital se traduce en mayores tasas de crecimiento. Ahora bien, no se trata de invertir por invertir, sino de hacer que el progreso tecnológico y la digitalización avancen y se extiendan por el conjunto de la economía de la zona euro. Y es que cambio tecnológico y digitalización son las claves del crecimiento y la competitividad en la economía del siglo XXI. Por supuesto, los gobiernos deben acompañar este proceso con las inversiones públicas necesarias para el desarrollo de la economía digital, eliminando regulaciones y facilitando la competencia porque, en este terreno, la zona euro va muy por detrás de países como Estados Unidos, Japón o la propia China.
Este es el momento adecuado para que los países de la zona euro afronten los dos grandes retos que tienen ante sí. No deberían retrasar la tarea.
Ahora bien, para que el cambio tecnológico y la digitalización puedan permear toda la economía europea es necesario que la inversión empresarial encuentre en el mercado de trabajo las personas con la cualificación necesaria para poder trabajar con las nuevas tecnologías y con las herramientas digitales que están surgiendo. Si la zona euro carece de esa mano de obra cualificada, podría buscarla a través de una inmigración guiada y selectiva, que cubra esa falta.
El crecimiento económico también se encuentra ligado con el porcentaje de población que trabaje, esto es, con la tasa de actividad. Pues bien, la zona euro también tiene capacidad para elevar el potencial de crecimiento económico aumentando la tasa de actividad, y muy particularmente la tasa de actividad femenina, lo que requiere de políticas que faciliten la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y su permanencia en el mismo con independencia de sus circunstancias familiares. Y, por supuesto, no se debe seguir desaprovechando el talento, la experiencia y las capacidades de las personas mayores de 65 años, las cuales, gracias a los avances en la calidad de vida, se encuentran en buenas condiciones para seguir trabajando, en vez de verse obligadas a jubilarse. Por ello, insiste Donges, la vida laboral debería prolongarse más allá de los 65 años, siempre que el tipo de trabajo y el estado de salud de las personas así lo permitan.
Para que todo esto sea posible, es preciso mejorar el mercado de trabajo de la zona euro, el segundo pilar en el que se asienta la estrategia descrita por Donges. La eliminación en muchos países de las regulaciones que obstruían la entrada y la salida del mercado de trabajo han permitido que las economías de la zona euro puedan empezar a generar empleo con tasas de crecimiento menores que las del pasado. Y aunque sean empleos con sueldos bajos o a tiempo parcial, siempre es mejor, según Donges, tener un trabajo que no tenerlo.
Pero una vez conseguido esto, lo que tienen que hacer a continuación los gobiernos de la zona euro es crear las condiciones adecuadas para que la población activa pueda adaptarse a la digitalización y sacar el máximo provecho de este avance tecnológico, que ni se va a parar, ni va a retroceder. Y aquí hay que insistir en la necesidad de aplicar políticas educativas que proporcionen a las personas las cualificaciones profesionales que demanda la nueva economía, al tiempo que se estimula la recualificación de los trabajadores y la movilidad laboral hacia los sectores en los que surgen las nuevas oportunidades de empleo, que son, por lo general, sectores relacionados con los ámbitos tecnológico y digital.
Por último, los gobiernos tienen que ser conscientes de la necesidad de que el Banco Central Europeo empiece a normalizar la política monetaria. Los estímulos monetarios, explica Donges, fueron necesarios para frenar la crisis y empezar a salir de ella, pero ahora ya no aportan nada al crecimiento económico. Es más, su persistencia en el tiempo crea riesgos innecesarios para la estabilidad del sistema financiero, en forma de incentivos perversos en los mercados bursátil e inmobiliario, de impacto adverso en los balances de los bancos cuando los tipos de interés suban y de tentación de los gobiernos de aplazar medidas de consolidación presupuestaria y de omitir reformas estructurales pendientes para evitar el desgaste político porque el BCE sigue comprando su deuda.
Por tanto, este es el momento adecuado para que los países de la zona euro afronten los dos grandes retos que tienen ante sí. No deberían retrasar la tarea.