¿Qué tipo de crisis es una pandemia? ¿Cómo debe actuar la sociedad ante una situación como ésta? El Covid-19 ha suscitado éstas y otras cuestiones de importancia que necesitan de respuesta. Es preciso hacerlo porque una situación similar puede volver a suceder en el futuro. Lorraine Daston, directora emérita del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia; Jeffrey C. Alexander, catedrático de Sociología en la Universidad de Yale, y Adam Tooze, catedrático de Historia y director del European Institute en la Universidad de Columbia, analizan estos temas, moderados por Lino Camprubí.
La percepción de la sociedad
Para Lorrain Daston, las crisis, como el Covid-19, difieren de los desastres, como un terremoto, porque se perciben de forma distinta. La primera diferencia es que una crisis marca un punto de inflexión en los asuntos humanos. En segundo término, una crisis exige la adopción de decisiones, mientras que un desastre no. Que un desastre se transforme en una crisis no es cuestión de buena o mala suerte. Es cuestión de si la sociedad percibe que lo que sucede puede afectar a su calidad de la vida. Que puede ser un punto de inflexión. Que no hay más remedio que tomar decisiones.
Sin información estadística no hubiera habido crisis del Covid-19. La muerte y el sufrimiento se dan constantemente en el mundo, pero no son crisis. El número de víctimas provocó que este caso se convirtiera en una crisis. Pero también la comparación entre regiones y países que permiten las estadísticas. Así, la sociedad veía cómo le afectaba. Los medios actualizaban las estadísticas en todo momento. Y los mapas permitían a todo el mundo saber qué países iban bien y cuáles no.
La sociedad presiona
Presentar la información de esta forma transformó un desastre en una crisis. Los líderes tuvieron que responder y la sociedad les conminó a que actuaran. Sabían que se les estaba juzgando no solo en términos nacionales, sino respecto a sus iguales en el mundo.
Ante la crisis del Covid-19, los defensores de la austeridad fiscal permitieron a los países gastar enormes cantidades de dinero. Se interrumpió el tráfico aéreo y se prohibió a la gente salir de casa. La población apoyó estas medidas. Esto nos permite ver el cambio de percepción en la sociedad. Ya no se considera natural que una pandemia acabe en una mortalidad del 1%, aunque se trate de ancianos. Los políticos ya no pueden decir que no se puede hacer nada. La responsabilidad ahora es mayor y las crisis exigen una respuesta política.
La hora de los expertos
Una vez diagnosticada la crisis la pregunta es quién hace qué. Los dirigentes políticos se vuelven hacia los expertos y hacia la comunidad científica internacional. Los científicos tuvieron que compartir sus conocimientos. Esto permitió hacer el seguimiento necesario para conseguir las vacunas en tiempo récord.
La salvación de vidas se hizo a costa de la economía, con lo que los políticos pasaron la responsabilidad a los científicos. Los dirigentes descubrieron que la incertidumbre que implica la investigación científica podía entrar en el juego político, a favor de unos y otros. Como los periodistas se centraron en la incertidumbre, la sociedad vio que los científicos no estaban de acuerdo entre sí.
Desacuerdo y confusión
La sociedad, por ello, estaba confundida. Veía que no había acuerdo entre los científicos sobre las mascarillas, la transmisión, los fármacos, etc. Los políticos supieron aprovechar estos desacuerdos, con lo que el público llegó a la conclusión de que el debate era político. Esta incertidumbre chocó con la idea de que las verdades no estaban sujetas a una revisión constante. Una revisión en función de los últimos resultados. Así es que los ciudadanos han aprendido que la realidad es incierta de por sí.
Adam Tooze advierte que no debemos distraernos con el debate actual sobre el origen del Covid-19. No importa de dónde venga. Esto es algo que ya hemos visto en otras ocasiones. Sea un accidente o no, en 1986 hubo un caso parecido. Estos accidentes se pueden producir en América, en China, en Europa.
Riesgos infravalorados
La crisis ahora es evidente. En su momento, sin embargo, se infravaloró la necesidad de prepararnos para un acontecimiento de este tipo. Hay algo en la sociedad moderna que nos hace infravalorar los riesgos. Estados Unidos y Reino Unido siempre presumen de que están preparados para todo, pero luego no es cierto. No se dieron cuenta de que el problema iba a afectar a todos los países, no solo a los países en desarrollo. A finales de los 80 a esto se le llamó irresponsabilidad organizada. Como el neoliberalismo es negar esa responsabilidad, hizo que fuera peor.
Ser consciente del riesgo no ayuda si nos preocupamos de algo muy distinto de lo que está a punto de afectarnos. Había quien estaba preocupado del cambio climático porque no entendíamos las temporalidades de estos riesgos. Nos estábamos preparando para ello, pero no para el riesgo del Covid-19. No hay un cambio climático que pueda ser como lo que experimentamos el año pasado. Pero parece que eso no basta para que los políticos entiendan qué es estructural y qué no lo es.
Impacto desconocido
Los que estudiaron estos temas antes de la crisis tampoco vieron el impacto que podía tener. No se imaginaron hasta qué punto no estábamos preparados. Se pensaba que los riesgos iban a concentrarse en los mercados emergentes. Esta fantasía duró hasta marzo del año pasado, cuando Italia decidió cerrar el país. Se infravaloró el riesgo en todos los países del mundo. No se habían previsto los problemas que esto iba a causar debido a la globalización.
Esto ha sido una crisis económica provocada por nosotros. Cerró la India, no solo Alemania o Estados Unidos. La evidencia sugiere que fue una reacción defensiva, de abajo arriba, lo que hizo que hubiese confinamientos. Fue una reacción auto protectora de los hogares y los negocios.
Comunicación global
Lo único que necesitábamos era una comunicación global que transmitiese los datos y el gobierno respondió decretando los confinamientos. La caída del PIB no es una pérdida económica, sino un ajuste de equilibrio. El sistema se estabilizó por las diferentes intervenciones de los gobiernos y los bancos centrales.
Para Jeffrey C. Alexander, lo que ha sucedido podría llamarse un trauma colectivo, que afecta a la sociedad en su totalidad. A las familias, las regiones, los países y al mundo de forma global. A medida que surge esta interpretación, aparece un conflicto con la narrativa. Exactamente, ¿qué estaba sucediendo? ¿Quiénes eran los culpables? ¿Y las víctimas? ¿Qué hacer para que esto no vuelva a suceder? No se ha dado respuesta a estas preguntas, pero hay un debate en la sociedad.
Fracaso de la sociedad
Un tema que encendió a la gente era si esto es un fracaso de la sociedad, si la sociedad está compuesta por egoístas. Surgieron héroes que se preocupaban por los demás. Quiénes eran las víctimas es un planteamiento que da lugar a complicaciones. ¿Son personas individuales o estamos unidos todos como sociedad? Eso da lugar a plantear qué podemos hacer, cómo volver a construir la sociedad.
La idea sigue siendo que China fue la culpable. Pero en la izquierda se da otra narrativa que apunta a que el culpable es el neoliberalismo, es Trump. No es una crisis médica, sino de un sistema gubernamental que ha destruido la capacidad de respuesta. Esto da lugar a una serie de momentos de angustia existencial. ¿Estamos compitiendo unos con otros por los recursos o podemos trabajar juntos? ¿Qué pasa con las víctimas? ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos? Occidente lo afronta nuevamente como crisis de egoísmo.
Estos asuntos de solidaridad que afloran con el trauma nos permiten abrirnos. Varía mucho según en qué país estemos. Todo ello da lugar a la solidaridad y establece las bases para que el neoliberalismo pase a segundo plano. Hay que centrarse en la narrativa, quién es el sujeto, cuáles son las implicaciones para cada uno.
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