Tecnología: de lo militar a lo civil

Napoleón dijo una vez que “es necesario recordar que la causa principal de cambio en el mundo moderno es el cada vez mayor poder sobre la materia que debemos a la ciencia.”

Napoleón dijo una vez que “es necesario recordar que la causa principal de cambio en el mundo moderno es el cada vez mayor poder sobre la materia que debemos a la ciencia.” El emperador no solo profesaba esta máxima; la aplicó estratégicamente para construir y mantener su imperio. Bonaparte entendió perfectamente que las innovaciones tecnológicas podían darle una ventaja decisiva en el campo de batalla. Su interés abarcó desde la mejora de la artillería y la ingeniería militar (como la construcción de puentes y fortificaciones) hasta la cartografía precisa, esencial para la planificación de movimientos de tropas y batallas. Por eso, impulsó instituciones como la École Polytechnique, que aseguraban un suministro constante de ingenieros y científicos para el Estado. Este enfoque en el desarrollo militar sentó un precedente que fue a más desde la revolución industrial y continúa en nuestros días.

Esa importancia militar de la ciencia y la tecnología se ve hoy en las estrategias tecnológicas de las fuerzas armadas de los países, en particular de Estados Unidos. Como explica Lorin Selby, ex US Chief of Naval Research de la US Army, los sistemas avanzados autónomos están transformando el campo de batalla. Lógicamente, los países tienen que adaptarse a ello. El problema es que, para un ejército, resulta muy caro comprar todo lo que necesita. Por eso, desde el ámbito militar se están desarrollando sistemas y sensores más pequeños, que resultan más baratos, ágiles y adaptables. En la guerra de Ucrania, por ejemplo, estamos viendo cómo un dron puede acabar con un buque de guerra. Por eso, resulta preciso avanzar más rápido en la carrera por la tecnología militar.

La ventaja que tiene Estados Unidos al respecto es que, tras la Segunda Guerra Mundial, sus dirigentes fueron conscientes de la necesidad de investigar tecnologías avanzadas que puedan cambiar la forma en que se hace la guerra. Quien lo consiga obtiene una ventaja sobre sus adversarios. Por eso, los científicos empezaron a trabajar con los militares para poder comprender qué era lo que hacía falta. Así se estableció una relación entre los militares, las universidades y las empresas privadas que ha resultado muy fructífera.

El resultado es que la I+D financiada por las fuerzas armadas a menudo se convierte en un catalizador para la innovación civil mediante la transferencia tecnológica. Ejemplos notables de este flujo de conocimiento incluyen tecnologías desarrolladas por el Departamento de Defensa de EEUU como el GPS y la precursora de Internet (ARPANET). Estas tecnologías han pasado de tener un uso exclusivamente estratégico a ser pilares de la vida civil y la economía global. Con ello, han demostrado que el poder sobre la materia, impulsado inicialmente por la guerra, es el motor del progreso social.

El dinero público invertido en esas tecnologías militares es lo que ha hecho posible que hoy tengan un uso civil tan importante. Su desarrollo requiere, en muchos casos, de una investigación básica que no sería posible sin la financiación pública. Por eso, insiste Selby, el Gobierno debe seguir financiándola.

La ventaja de la colaboración con las universidades y la empresa privada es que el Gobierno puede repartir los fondos de que dispone entre los expertos. Los científicos son independientes a la hora de decidir a qué tipo de investigación aplican esos fondos porque para eso son los que saben. Así, cuando encuentran algo, pasan al siguiente nivel que es el de las tecnologías aplicadas. En ese escalón se desarrollan tecnologías centradas en aplicaciones militares. Cuando se consiguen, se pasa al siguiente estadio, que es la realización de prototipos. Así se avanza desde la ciencia básica a la aplicación práctica y a los prototipos.

Cuando se entra en la última fase, se empieza a encargar cosas a la industria con el fin de poder desarrollar los prototipos. Entonces, otros científicos empiezan a pensar qué se puede hacer con esa ciencia y esa tecnología. Si a las empresas les gustan las ideas resultantes de este ejercicio de reflexión, también ponen dinero en su desarrollo. De esta forma, la tecnología avanza con más rapidez. Transcurridos unos años, empiezan a aparecer los resultados. Ahora bien, todo esto es solo posible gracias a que el Gobierno financia una investigación que no va a deparar resultados hasta dentro de cinco o diez años. El sector privado, por el contrario, rara vez puede permitirse semejante lujo.

Otro aspecto positivo que tiene todo este sistema es que no se ve circunscrito a ámbitos específicos sobre los que investigar. Por el contrario, en Estados Unidos se estudia desde el fondo marino hasta el espacio exterior. Es decir, se estudian todos los campos. Además, la llegada de la inteligencia artificial ha permitido ampliar el abanico de posibilidades de estudio y profundizar en ellas. La inteligencia artificial, en este sistema, está para apoyar a las personas, que son las que tienen que desarrollar la tecnología.

Los desarrollos de la tecnología militar pueden acabar usándose en la vida civil. Por desgracia, la frecuencia con la que se transfieren a las empresas y a la sociedad es baja. Una de las razones es la resistencia en el seno de las organizaciones a la aplicación de nuevas tecnologías. El cambio es difícil porque a la gente le cuesta salir de sus rutinas, de la forma en que está acostumbrada a hacer las cosas. Y si, además, el cambio implica la inversión de dinero, entonces la resistencia al mismo es aún mayor si cabe.

La innovación es, hoy por hoy, un pilar fundamental de la competitividad internacional.

El problema de esta realidad es que ni Estados Unidos, ni Europa, pueden permitirse el lujo de demorar las decisiones en el tiempo. China está ahí, viene con fuerza, invierte mucho en el desarrollo de tecnologías militares y, de esta forma, crea y estructura las bases para el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Occidente debe hacer lo mismo. Además, los occidentales, al involucrar al sector privado, pueden tener más fácil el encontrar usos distintos del militar para las tecnologías que se vienen desarrollando. Si pueden hacerlo, si los países pueden hacerlo, van a encontrar todo un tesoro de oportunidades gracias a la innovación. Y la innovación es, hoy por hoy, un pilar fundamental de la competitividad internacional. En todos los ámbitos.

 

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