El aprendizaje a lo largo de toda la vida se impone. Hoy ya no basta con los conocimientos adquiridos en un grado o licenciatura universitaria. El conocimiento avanza, la tecnología se desarrolla y las cualificaciones profesionales tienen que adaptarse a esos cambios. Las universidades también deben hacerlo. Esta nueva realidad ha dejado obsoleto su modelo tradicional, centrado solo en formar a los jóvenes. Ahora deben reinventarse y pensar también en las necesidades formativas de las personas de más edad.
Aprendizaje continuo
El proceso de aprendizaje debe ser continuo, indica Sebastián Royo, Visiting Scholar at Harvard University’s Minda de Gunzburg Center for European Studies. Debe serlo porque la educación superior empieza a perder valor, al menos en Estados Unidos. Su coste no se corresponde con el valor que aporta a los estudiantes cuando salen al mercado laboral. Este es el primer problema.
Después está la cuestión del aprendizaje a lo largo de toda la vida, comenta Samuel Martín-Barbero, Distinguished Presidential Fellow de la University of Miami. Los graduados la necesitan para adaptarse a un mundo que cambia con rapidez. Hay que ir más allá de las enseñanzas regladas y ofrecer esa formación más específica. Con ella, las personas pueden adquirir nuevas competencias profesionales, sea cual sea su edad. Las universidades, sin embargo, apenas han prestado atención a esta necesidad. Y, como no lo han hecho, han surgido otros proveedores que se encargan de satisfacer esa demanda.
Universidad y aprendizaje
La decisión de reinventarse, sigue Martín-Barbero, deben tomarla las propias universidades. El profesorado no puede porque se le mide por su investigación, no por otro criterio. Esas son las reglas de juego, a las que no les queda más remedio que atenerse. Por tanto, son los gobiernos y las universidades quienes tienen que decidir si prima el estudiante o la carrera científica. En muchos países ya están apareciendo instituciones que apuestan por la docencia frente a la investigación. Allí prestan una atención creciente a la experiencia del estudiante, tanto dentro como fuera del aula. De hecho, el equilibrio entre docencia e investigación será lo que determine el valor de la educación.
Este cambio, sin duda, es una decisión estratégica, explica Royo. En Estados Unidos, la incorporación de los estudiantes al mercado de trabajo se ha convertido en un tema existencial. La prioridad fundamental, por tanto, es que los programas garanticen esa entrada. El reto es que los profesores se involucren en un currículo que satisfaga esa necesidad. Y es que los estudiantes no acudirán a la universidad si no ven salida profesional gracias a ella.
La importancia de la empleabilidad
La empleabilidad, evidentemente, es un factor clave. Las universidades estadounidenses lo emplean para captar alumnos. Lo hacen hablando de las ventajas comparativas de tener formación universitaria frente a carecer de ella. Pero el problema de la empleabilidad no pueden resolverlo las universidades por sí solas. Las empresas, indica Martín-Barbero, deberían colaborar con las universidades en el diseño de los currículos. De esta forma, se podrían incorporar los conocimientos y cualificaciones que demanda el tejido empresarial.
A las empresas, indica Royo, no les importa tanto la titulación específica de cada persona. Lo que más cuenta para ellas son sus cualificaciones profesionales y su capacidad para seguir aprendiendo. Lo que quieren es que los estudiantes aprendan en la universidad a comunicarse, escribir digitalmente, innovar, manejar tecnología, datos. Pero, aunque eso es importante, también lo es no olvidarse de los contenidos más esenciales. Además, los estudiantes van a encontrarse un mundo que necesita soluciones interdisciplinares a sus problemas. El concepto de departamentos especializados va en contra de esa enseñanza interdisciplinar. La interdisciplinariedad es necesaria, coincide Martín-Barbero. La solución a gran parte de los problemas actuales, explica, pasa por integrar saberes distintos para poder dar respuestas certeras.
La formación de los seniors
El diseño curricular, sin embargo, no puede limitarse a los estudios para los jóvenes de 18 a 24 años. El aprendizaje de por vida implica que la gente vuelve a la universidad en repetidas ocasiones. Lo hace para cursar másteres, certificados, etc. Y las motivaciones de la gente de más edad no son las mismas que las de los jóvenes. Los seniors pueden querer hacerlo para cambiar de trabajo o de sector, por hacer lo que les gusta, para evadirse. Las razones de su regreso al campus pueden ser múltiples y muy diferentes. La cuestión es si la universidad está preparada para responder a esa demanda.
Los datos parecen indicar que no. En Estados Unidos, el 80% de los ingresos de la mayoría de universidades procede de las matrículas de los jóvenes. El 20% restante lo aportan los alumnos de máster y doctorado. Pero ese no es el perfil de los seniors.
Convivencia intergeneracional
La convivencia entre jóvenes y mayores en un mismo espacio docente es una gran oportunidad, asegura Royo. Los mayores tienen una forma de aprender diferente y sus experiencias vitales son distintas. Esas experiencias, cuando se incorporan al aula, tienen un gran impacto sobre los estudiantes jóvenes. Enriquecen los debates, las discusiones, las perspectivas, la sensibilidad hacia los distintos temas, hacia la diversidad. Todo ello va a ser clave para el éxito de las personas. Además, añade Royo, no va a ser posible tener una universidad solo para jóvenes. La disminución de su número, por la caída de la natalidad, no lo permite.
Una última cuestión clave es cómo aprenden los estudiantes. Hoy ya no aprenden memorizando. Adquieren el conocimiento viendo, haciendo, experimentando, explica Royo.
Las metodologías docentes deben adaptarse a ese hecho. Las que permiten la experimentación son clave. Que el proceso de aprendizaje tenga lugar en el mundo real también. Eso es fundamental para garantizar al estudiante su entrada en el mercado de trabajo.
El valor de la metodología
La metodología, añade Martín-Barbero, va a determinar el valor diferencial de una universidad. Es la esencia de la percepción de su calidad que tendrán los estudiantes presentes y futuros. Los antiguos alumnos ayudarán a la universidad en función de esa experiencia de aprendizaje. Una metodología con muchas áreas de conocimiento puede ser muy rica si los integra. Además, hay un activo que no ha aflorado. Se trata de la forma en la que se han aprendido en el pasado determinadas carreras y oficios. Se ha hecho observando y practicando. Aflorar ese activo puede dar un resultado formidable y mejorar la calidad. Por tanto, hay que pensar primero en la metodología y luego en los contenidos que se adapten a ella.
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