Adam Ritchie, Departmental Lecturer in Science and Public Policy, Blavatnik School of Government, de la Universidad de Oxford, participó en el Workshop on the Future of Government donde compartió su visión sobre la ciencia y las políticas públicas.
La ciencia se ocupa de evidencia comprobable o falsable; la ciencia es cambiable y escéptica. Si la evidencia cambia, cambian con ella las verdades de la ciencia. La ciencia es imparcial, “factual”, lineal, objetiva, lógica, y siempre busca la mejor verdad disponible, no la Verdad. La ciencia saca su autoridad de la objetividad de su método, y quizá por todo esto la ciencia es marginalizada con demasiada frecuencia. En muchísimos casos son los valores los que predominan sobre la ciencia, erróneamente en su mayoría.
Basándose en este planteamiento teórico, Ritchie presentó varios ejemplos de debates que se encuentran en la intersección entre las políticas públicas y la ciencia ayudado de una herramienta analítica visual que consiste en un simple plano de cuatro cuadrantes que ayuda a entender y comparar los temas tratados. Por ejemplo, en este plano en que el eje ‘x’ va de menor a mayor (izquierda a derecha) consenso sobre valores y en que el eje ‘y’ va de menor a mayor (abajo a arriba) incertidumbre sobre un tema determinado, al aborto lo podríamos ubicar en el cuadrante inferior derecho (poca incertidumbre científica pero mucha discrepancia en cuanto a los valores que rigen nuestras decisiones sobre él). El empleo de esta herramienta, según expuso el ponente, puede ayudarnos a darnos cuenta de los sesgos y prejuicios humanos a la hora de abordar debates de gran alcance, y ser conscientes de ellos es el primer paso para tratarlos de la manera más productiva posible.
Un buen ejemplo sobre cómo la ciencia convive con el escepticismo y los valores es el caso de los antibióticos: los antibióticos hoy en día tienen cientos de aplicaciones aceptadas por la gran mayoría de los ciudadanos, muchas de las cuales contribuyen a mejorar nuestra calidad de vida e incluso a salvar vidas. Una de estas aplicaciones, sin embargo, no goza de la misma aceptación: su uso para promover el crecimiento de los productos agrícolas. Esta aplicación lleva durante años generando rechazo por miedo a que esta “contaminación” de la comida acabe afectando a los consumidores, cuando esos mismos antibióticos se consumen incuestionadamente para otros propósitos.
¿Dónde colocaríamos los antibióticos en nuestra gráfica? ¿Cercanos al aborto? ¿Y dónde colocaríamos los alimentos genéticamente modificados en esta herramienta?
Otro ejemplo es el del cambio climático: ¿dónde lo colocaríamos? Tal y como recordó Ritchie, la evidencia que apoyó en su día la teoría de que los humanos eran los responsables del agujero de la capa de ozono era mucho más débil que la que apoya el cambio climático en la actualidad. La gran diferencia, por supuesto, es que así como sobre aquella cuestión había un gran consenso en la comunidad científica, en esta el consenso es mucho menor y cuestiones de valores entran en juego.
Temas de parecida polémica al de los antibióticos abundan hoy en día. Por ejemplo, ¿cuál es la amenaza real de enfermedades infecciosas en distintos lugares del mundo? ¿Cuál es el riesgo real de pandemias, etc.? Por supuesto, las políticas públicas llevadas a cabo por gobiernos y organismos internacionales que se encargan de estos temas tienen que ser muy precisas, así como toda información que ofrecen al respecto. La OMS por ejemplo sufrió grandes críticas por demorarse excesivamente en informar sobre el brote del ébola.
En suma, si bien está claro que debe ser la ciencia la que en gran medida rija nuestra respuesta a pandemias y otras catástrofes, así como recurrimos a las medicinas para curar nuestras enfermedades y deberíamos recurrir a las vacunas para prevenirlas, falta todavía mucha labor de información y educación por hacer en la sociedad. Estamos ante un panorama en que ciertas amenazas de raíz científica empezarán a tomar la delantera sobre otras grandes amenazas de hoy en día. Es el caso de la guerra biológica, el bioterrorismo, que es cada vez más fácil de llevar a cabo sin gran infraestructura. La biología sintética está a la orden del día—por ejemplo, en 2001 se consiguió desarrollar el polio en un laboratorio, y el costo de hacer esto hoy en día es mínimo. Pero claro: estas bacterias pueden llegar a tener aplicaciones muy útiles para la humanidad. Por ejemplo, bacterias que limpien derrames de petróleo, o que puedan limpiar el aire y reducir la contaminación, son algunas de las aplicaciones verosímiles en un futuro no muy lejano. En definitiva, el nexo entre ciencia y políticas públicas debe ser fortalecido para una mejor gobernanza global.