Vivimos en un mundo en el que el liberalismo sufre ataques por todos lados y se le culpa de todos los males socioeconómicos que sufre el mundo. ¿Que hay una crisis económica? La culpa es del liberalismo salvaje. ¿Que aumenta la desigualdad? Las políticas liberales son las culpables, sin pararse a pensar si, en efecto, la desigualdad aumenta y si las razones para ello se encuentran, en realidad, en otros ámbitos, como el cambio tecnológico o las deficiencias en la acción pública. Incluso, el término neoliberalismo se utiliza con carácter peyorativo, para tratar de descalificar, hasta demonizar, a quienes practican la doctrina de la libertad y defienden el valor del individuo como ser único e irrepetible, frente al pensamiento colectivista dominante, que subsume al individuo en la sociedad, lo anula y destruye su verdadera esencia.
El liberalismo tiene tantos enemigos, tanto en la derecha como, y sobre todo, en la izquierda, porque el liberalismo es el enemigo principal de todas las doctrinas totalitarias, ya que el valor supremo del liberal es la tolerancia, explica Mario Vargas Llosa. Esa actitud es la que provoca esa extrema hostilidad hacia el liberalismo. Aunque también hay que admitir que, en otras ocasiones, el liberalismo ha sido desnaturalizado porque quienes utilizaban esa etiqueta para presentarse no eran liberales pero, por unas razones u otras, les convenía aparecer como tales.
La Europa de nuestros días es infinitamente más civilizada, próspera y justa que en el pasado, y eso se debe a la democracia y al liberalismo.
Lo irónico en este contexto, sin embargo, es que más allá de polémicas estériles, el liberalismo ha triunfado. Como recuerda Mario Vargas Llosa, la Europa de nuestros días es infinitamente más civilizada, próspera y justa que en el pasado, y eso se debe a la democracia y al liberalismo. Sin ese binomio no existiría algo tan fundamental como es la igualdad de oportunidades, que es a lo que aspira toda la humanidad.
Ahora bien, la idea que tienen los liberales de esa igualdad de oportunidades es muy distinta de la concepción que defienden los igualitaristas. Tal y como explica Vargas Llosa, la igualdad de oportunidades no debe ser el fin último de la acción política, sino el principio. Por eso, los liberales no aceptan que, en el punto de partida haya quienes disfruten de tales privilegios que resulte imposible para los demás el poder competir con ellos. Corregir esta situación no implica, por supuesto, la imposición de la igualdad por la fuerza. Por el contrario, la igualdad de oportunidades debe ser el resultado de un sistema educativo que las propicie, entendiendo por tal que todo el mundo pueda acceder a una educación de calidad que permita a cada persona desarrollarse y convertirse en la mejor versión de sí misma. ¿Cómo hacerlo? Una idea liberal como es el bono escolar, que fue muy discutida por la izquierda, fue adoptada por Suecia, la nación paradigma del Estado del Bienestar, y está funcionando muy bien. En resumen, la educación es la piedra angular sobre la que deben sustentarse los principios de justicia y equidad. Las diferencias que luego puedan aparecer serán ya causa de lo que a cada uno le depare la vida, pero eso es algo de lo que nadie está exento y que nadie puede cambiar, ni siquiera a golpe de decreto.
La educación es la piedra angular sobre la que deben sustentarse los principios de justicia y equidad.
Y sí, el buen funcionamiento de una sociedad, en efecto, requiere de la compasión hacia cuanto pueda acontecerle al prójimo. El problema es que el Estado no tiene por qué asumir las funciones sociales que requiere ese buen funcionamiento de una sociedad. Por el contrario, en muchas ocasiones, la sociedad misma lo hace mucho mejor que el Estado, de una forma mucho más eficiente y menos onerosa. Lo que pasa es que los enemigos del liberalismo, que son muchos y muy variopintos, han impregnado tanto a todo el mundo de la idea de que el Estado es el mejor servidor que puede tener una sociedad, que muchas veces nos olvidamos de que no es así, de que trabaja de una forma menos eficaz y más costosa de lo que lo hace la propia sociedad. Un Estado, por ejemplo, no debería tener empresas, porque las empresas se encuentran mucho mejor gestionadas en manos del sector privado. Es más, las empresas son más eficientes cuando el Estado no se mete en este terreno y se dedica a lo que tiene que hacer, por ejemplo, garantizar la igualdad ante la ley, la defensa o la seguridad pública. Pero en la economía no debe intervenir, salvo para garantizar la competencia. Es como mejor funcionan las cosas.
El liberalismo tiene, también, otras virtudes. Ahora que España se ve afectada por el problema del nacionalismo, Vargas Llosa recuerda que si hay una doctrina que está contra el nacionalismo sin complejos de inferioridad, esta es el liberalismo porque el amor a la libertad es la esencia misma de su pensamiento. El nacionalismo está enemistado con la libertad. Por eso, es muy importante para el liberalismo rechazar al nacionalismo, porque es un enemigo de la democracia y en su fondo ideológico hay racismo, al convertir en un valor la pertenencia a una nación determinada. Conviene recordar al respecto, como hace Vargas Llosa, que la tribu representó un estadio de la civilización en la que lo humano y lo animal prácticamente colindaban, pero luego, por distintos factores, la tribu fue evolucionando y fueron surgiendo los individuos, seres que se diferenciaban de los otros simplemente porque elegían. En la medida en que va surgiendo el individuo, la tribu va despareciendo. Esa diferenciación, gracias a la democracia, permite la convivencia. Por desgracia, el nacionalismo todavía no ha salido de la tribu, es todavía la tribu. Por eso, significa potencialmente violencia, a corto o a largo plazo. En Europa ha resurgido el nacionalismo y eso hay que afrontarlo en nombre de la libertad y la democracia porque es incompatible con ellas.