Los problemas del mundo de hoy son globales. No entienden de fronteras, ni sus consecuencias quedan circunscritas dentro de ellas. Por el contrario, aunque su origen sea local, sus efectos se dejan sentir en todo el planeta. Así es que, problemas globales requieren soluciones globales. Es la única forma de poder resolverlos, dada su naturaleza. Esa visión supranacional, sin embargo, no debería resultarle extraña al ser humano. Por el contrario, la historia del hombre siempre ha sido global. La globalización, de hecho, ha sido el motor del progreso humano. Lo explica Jeffrey Sachs, catedrático de la Universidad de Columbia.
La globalización ha sido el motor del progreso humano.
Globalización y cambio
Sachs divide la historia de la globalización en siete grandes eras. En cada una de ellas tiene lugar una oleada de cambios tecnológicos e institucionales que interactúan entre sí. Cada una de estas eras implica una transformación a gran escala que amplía la población y la producción. Al mismo tiempo, cambia la naturaleza del gobierno y de la geopolítica. A partir de ahí, el progreso humano se ha visto espoleado, o ha resultado frenado. El resultado ha dependido del clima, la tecnología y las opciones institucionales disponibles para un área geográfica concreta.
La primera de esas oleadas, o eras, se corresponde con el Paleolítico. En este periodo, pequeños grupos de seres humanos salieron de África para dispersarse por todo el mundo.
Agricultura, caballos y globalización
La segunda oleada se produjo en el Neolítico. En ella aparecieron los primeros asentamientos humanos permanentes, en aldeas dispersas. La clave estuvo en el nacimiento de la agricultura, hace, aproximadamente, once mil años. Al principio, solo una proporción muy pequeña de la humanidad se dedicó al cultivo permanente de los campos. Con el tiempo, más y más personas se asentaron para dedicarse a la agricultura. De esta forma, dejaron atrás sus vidas nómadas como cazadores y recolectores. La agricultura permitió la aparición de comunidades más grandes. Gracias a ello, la humanidad tuvo el tiempo y los recursos necesarios para desarrollar nuevas tecnologías. Por ejemplo, la escritura y todo tipo de herramientas y utensilios.
La siguiente etapa de la globalización se inició en el año 3000 antes de Cristo, con la domesticación del caballo. Este hecho permitió la realización de grandes viajes y mejoró el transporte. También aportó la energía de origen animal a las labores agrarias. Además, fortaleció la capacidad militar y permitió las comunicaciones rápidas. Esto, a su vez, generó la capacidad de gobernar grandes áreas bajo un solo poder unificado. Gracias a ello, nacieron los primeros imperios asiáticos y europeos. En América, en cambio, los caballos se extinguieron. Por tanto, carecieron de grandes animales para el transporte, para viajar grandes distancias y para poder gobernar grandes territorios. Solo tenían la llama, pero no se podía equiparar con el caballo. En este hecho se inició la divergencia entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo.
Imperios clásicos e imperios de ultramar
Después vino la era clásica, entre el año 1000 antes de Cristo y el 1500 de nuestra era. Este periodo vio el nacimiento de civilizaciones muy dinámicas que sentaron las bases de nuestro mundo. La mayor parte de las religiones más importantes del mundo surgieron en esta época. También las grandes escuelas filosóficas de la antigüedad. Todo ello permitió la generación de nuevos conocimientos y la aparición y desarrollo de la ciencia. También facilitó la aparición de grandes imperios, como el de Alejandro Magno o el Imperio Romano. Fue la era de la globalización por la política.
A mediados del siglo XV el mundo entra en la era oceánica. Es la era de los grandes imperios globales. La invención de la brújula y el desarrollo de mejores técnicas de navegación permitieron reunir de nuevo Europa y América. Los navegantes portugueses cruzaron el cabo de Buena Esperanza para llegar a Asia circunvalando África y la gran empresa española Magallanes Elcano circunvalaba por primera vez el orbe. Este periodo también vio el nacimiento del capitalismo global, con minas y plantaciones por todo el mundo. Los ingleses, por ejemplo, crearon empresas globales, financiadas por acciones. Estas empresas fueron muy violentas porque se basaban en la trata de esclavos.
La revolución industrial
La invención de la máquina de vapor, a finales del siglo XVIII, inicia la siguiente era, la revolución industrial. Es el invento que ha tenido más consecuencias, porque liberó a la sociedad de sus límites orgánicos. La revolución industrial multiplicó la energía, el trabajo y el poder militar. Con ella vino la sociedad industrial. Al mismo tiempo, Gran Bretaña se convirtió en el imperio del siglo XIX, gobernando territorios por medio mundo y convirtiéndoese en la primera potencia industrial. A finales del siglo XIX, surgieron potencias imperiales similares en Europa y Japón. Estados Unidos también se convirtió en una potencia industrial después de la Guerra de Secesión. Lo hizo gracias al desarrollo del ferrocarril, la siderurgia y otras ramas industriales. También tuvo un papel fundamental para EEUU la invención del motor de combustión interna.
La revolución industrial produjo la primera divergencia económica en la historia. La diferencia de renta entre países ricos y pobres pasó de cinco a uno a cien a uno. Los países industrializados consiguieron incrementos significativos en la producción por persona. Con ello, redujeron la pobreza extrema. También se produjo un proceso de urbanización muy rápido y se abrió margen para la educación y el ocio. Con ello, las diferencias de renta entre los países ricos y los pobres se ampliaron de forma considerable. Antes de la revolución industrial eran de cinco a uno. A partir de entonces creció hasta ser de ciento a uno.
El lado oscuro
El lado oscuro de este fenómeno es la devastación provocada por las dos guerras mundiales. Fueron guerras industriales que acabaron con la dominación europea del resto del mundo. Esto abrió la posibilidad de que los países atrasados convergieran con los avanzados. China, India o Latinoamérica ahora podían atraer inversiones y fomentar su desarrollo económico. Gracias a ello, China se ha convertido en el tercer hub económico del mundo, junto a Estados Unidos y Europa. Pero estadounidenses y europeos no acaban de ver con buenos ojos a estos poderes económicos emergentes que desafían su hegemonía global.
Desde el año 2000 estamos en la era digital. La revolución digital está transformando todos los aspectos de nuestra vida, de la economía, del trabajo. Las máquinas pueden transmitir, almacenar y manipular datos con una capacidad y una velocidad inimaginables para la mente humana. Esas capacidades, además, se desarrollan a una velocidad inusitada, se duplican cada dieciocho meses, según la Ley de Moore. De hecho, un smartphone tiene más potencia que el conjunto de ordenadores que utilizó la Nasa en su primera misión a la Luna.
Los grandes desafíos para la globalización
El mundo se enfrenta ahora a tres grandes desafíos. El primero es la revolución tecnológica, que se acelera. El segundo es que este crecimiento está poniendo al límite las capacidades medioambientales del planeta. La parte positiva es que el conocimiento ahora ya no está en manos de una pequeña parte privilegiada del mundo. Por el contrario, se difunde ampliamente a lo largo y ancho del planeta. De esta forma, todo el mundo podría compartir la prosperidad que genera. Poder lograrlo es el tercer desafío.
La era digital puede ser una época de gran esperanza para acometer estos desafíos. Ahora bien, también hay que tener en cuenta que las tecnologías pueden crear conflictos, permitir el control de la sociedad, etc. Pero la globalización es una elección, puede conducir a lo bueno o a lo malo. Por ello, es preciso compartir la responsabilidad y la prosperidad global. Eso incluye solucionar los problemas económicos, políticos y medioambientales. Gracias a la globalización, la humanidad puede escapar de su tendencia a la autodestrucción.
Acceda a la conferencia completa