Los países desarrollados están atravesando una fase de desafección hacia la economía de mercado. Europa no es una excepción; España, tampoco. Esta situación no es nueva. Ya se produjo en el pasado, durante la Gran Depresión, las dos crisis del petróleo y la Gran Recesión. La crisis del Covid-19 constituye una nueva manifestación de este hecho, alimentada por el activismo monetario. Ese activismo ha enraizado la creencia en el Estado paternalista y su capacidad para resolverlo todo. Pero esto no es bueno para la economía. Lo explica Juergen B. Donges, catedrático emérito de Economía de la Universidad de Colonia.
Los pilares de la economía de mercado
La economía de mercado se fundamenta en la iniciativa individual, la libre empresa, el derecho de propiedad, la libertad de contratación, el libre movimiento de personas y capitales y la competencia en los mercados nacionales e internacionales.
A causa del Covid-19, los ciudadanos están dispuestos a pagar un precio nada desdeñable por el control de la pandemia. Y la moneda de cambio es el conjunto de libertades básicas de la economía de mercado.
Para limitar, o anular, esas libertades, sus críticos aducen los problemas que aquejan a la sociedad. Hablan de paro, pobreza, desahucios, desigualdad, daños medioambientales y atribuyen su origen a la economía de mercado. Un sistema que, con sus libertades económicas, dicen, exacerba ahora, en tiempos de Covid, esas situaciones.
Economía de mercado y problemas estructurales
El problema es que esas dificultades ya estaban ahí antes de la pandemia. Y su mayor o menor intensidad se debe a que unos gobiernos responden a estos desafíos mejor que otros. Ese es el quid de la cuestión. Ahora bien, los enemigos de la libertad eximen a los gobiernos de esa responsabilidad. Es más, lo que dicen es que, en estos momentos, se necesita ayuda externa para superar esos problemas. Una ayuda, dicen, que debe proceder de los fondos europeos.
Los gobiernos, por supuesto, no son culpables del gran golpe que supone la pandemia. Sin embargo, tampoco es casualidad que las consecuencias del Covid sean más acentuadas en unos países que en otros. Las economías más castigadas ya venían arrastrando debilidades estructurales fundamentales. En ellas, la productividad es baja, el tejido productivo está anquilosado y el desempleo es alto. Además, el sistema educativo es inapropiado, la Administración es ineficiente, las instituciones son endebles. Y los gobiernos sí son responsables de estas debilidades, porque no las han corregido con las políticas adecuadas. La pandemia lo ha puesto de manifiesto.
Italia y España
Italia es el ejemplo más llamativo, pero España no se libra de este diagnóstico. El BCE lo ha advertido sin que los gobiernos afectados se dieran por aludidos. Tampoco en España. Aquí, la agenda del gobierno contempla la derogación de la reforma laboral pese a sus buenos resultados en términos de empleo.
Los defectos estructurales no se disiparán con dinero, nacional o europeo. Las ayudas públicas para satisfacer necesidades empresariales a corto plazo pueden amortiguar el impacto del Covid. Pero, para que la recuperación sea sostenible en el tiempo, son necesarios todos los ingredientes de la economía de mercado. Esos que impulsan la capacidad de adaptación de empresas y familias a las circunstancias cambiantes, incluidas la transición digital y la transición energética.
Protagonizar la recuperación
El estado no es el actor más adecuado para que la economía sea eficiente. Todo lo contrario. Ningún funcionario tiene la capacidad de predecir futuras tendencias económicas, señala el profesor Donges. Los sistemas de planificación central son ilustrativos del tremendo fracaso de estos postulados. China se libra de este diagnóstico por el cambio tras la muerte de Mao. Su espectacular desarrollo en las últimas décadas pone de relieve todo lo que se puede conseguir con un poco de libertad económica a la que deben seguir las otras libertades.
Con la desescalada empezó levemente la recuperación, con la economía de mercado como marco de renacimiento. Para el año próximo, los organismos internacionales marcan velocidades distintas entre países y sectores. El crecimiento global podría situarse en torno al 5% y el comercio mundial empezaría a recuperarse. A la cabeza marcharía China, con un ritmo de crecimiento por encima de la media mundial. Detrás irían Estados Unidos, Alemania y Francia. En estos países la epidemia no mejora como sería deseable, con lo que la recuperación sería más lenta. En el furgón de cola estarían los países con más peso del turismo, que es donde más repercuten las medidas para evitar contagios.
Previsiones para España
Para España se prevé un crecimiento del 6% y el 7% del PIB. Parece mucho, pero la base es un nivel de producción históricamente bajo y no volvería a los niveles previos de PIB hasta 2023. La recuperación mostraría un perfil tipo K, con sectores como la industria manufacturera y las actividades digitalizadas avanzado a un ritmo moderado, y otras actividades, como el turismo, quedando rezagadas. Estas previsiones incluyen el impacto de los fondos europeos.
El supuesto es que estos fondos lleguen a tiempo y que se destinen a proyectos de inversión de futuro, sólidos y generadores de PIB y empleo, lo cual no está garantizado. Si el gobierno no presenta con credibilidad esos proyectos, apunta Juergen B. Donges, no debería recibir esa ayuda porque caería en saco roto. Los fondos se utilizarían para tapar agujeros presupuestarios y financiar políticas sociales sin efecto alguno sobre la competitividad y el crecimiento potencial a medio plazo.
El buen funcionamiento de la economía de mercado
España transmite a los mercados mensajes desconcertantes, como la subida de impuestos para grandes empresas y rentas altas. También quiere subir algunos impuestos indirectos, introducir la tasa Google y la tasa Tobin. Pero esto lo hace sin reparar en el efecto disuasorio de esas medidas sobre las inversiones empresariales. Además, el impacto recaudatorio de esas políticas es escaso.
El cumplimiento de las previsiones dependerá, en gran medida, del buen funcionamiento de la economía de mercado. Para ello, se necesitan tres cosas. La primera es la globalización de la actividad económica. Luego viene la especialización en la producción de bienes y servicios según las ventajas comparativas de cada país y cada sector. Por último, se precisan unas cadenas de valor eficientes, repartidas multilateralmente y no solo con China como epicentro. Es decir, urge un elevado grado de apertura de las economías, junto con la libertad de comercio y de movimiento de capitales y personas.
Dos implicaciones
Esto tiene dos implicaciones. La primera de ellas es la necesidad de contener el proteccionismo, tanto el arancelario como el no arancelario. Posiblemente, con el presidente Biden las cosas cambien, pero solo posiblemente. Joe Biden no es un anti proteccionista convencido, sino que representa al Partido Demócrata, que tiende a la intervención en la economía.
La segunda implicación se refiere al tránsito de las personas. Será necesario fortalecer los controles sanitarios fronterizos. La cuestión está en cómo hacerlo. Debería hacerse de forma transparente, coordinada entre los países y en términos claros para los agentes económicos, con el fin de evitar distorsiones.
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