Vivimos en un mundo tan integrado en el que lo que antes eran desafíos locales lo son globales. Los problemas más importantes de la actualidad, como el cambio climático, el crecimiento sostenible, la pobreza o los flujos migratorios no entienden de nacionalidades ni fronteras, sino que tienen carácter supranacional. En consecuencia, esos desafíos no pueden afrontarse con soluciones nacionales. Por el contrario, las respuestas deben ser globales, ya que esta es la naturaleza de los problemas, y para ello se necesitan acciones globales. El problema es que el entramado de instituciones multilaterales actuales no es adecuado para gestionar esos desafíos. Para afrontarlos con éxito se necesita un nuevo sistema de gobernanza global. Eso es lo que piensa Sean Cleary, director general del Center for Advanced Governance, presidente de Strategic Concept y vicepresidente ejecutivo de la FutureWorld Foundation.
Para diseñar ese sistema de gobernanza global, lo primero que hay que hacer es comprender la naturaleza de la sociedad humana. Cleary señala que se trata de un sistema complejo, incapaz de someterse a un control directivo, inmerso en la biosfera planetaria y en proceso constante de adaptación. Esas características de complejidad, ausencia de dirección y evolución permanente han dado lugar a la aparición de una gran asimetría entre la escala de la economía global y la profundidad de la misma y explican tanto el estado actual de las relaciones internacionales como la ausencia de una comunidad global inclusiva. Esta asimetría está generando problemas porque supone la ruptura del proceso de transición de lo local a lo global.
Esta problemática se aprecia perfectamente cuando se entra en el terreno del medio ambiente y el crecimiento sostenible. En este ámbito, el primer desafío que se le presenta a la gobernanza global es que casi todos los actores involucrados en estas cuestiones perciben de forma diferente los costes y los beneficios de sus acciones, excepto cuando se producen momentos de crisis. Este hecho pone de manifiesto la necesidad de gestionar los desajustes globales de una forma distinta a como se viene haciendo, indica Cleary.
Una segunda cuestión que es preciso tener en cuenta es que el orden global actual se estructura sobre valores occidentales, señala Cleary. El problema es que esos valores no son necesariamente universales. En consecuencia, hay que empezar a aceptar que vivimos en un mundo global y heterogéneo, en el que la globalización de corte anglosajón representa un desafío para otros tipos de valores sociales y culturales que da lugar a reacciones de carácter etnocentrista. Y es que, para poder adaptarse a ese contexto, las sociedades tratan de modificar la estructura de sus instituciones. Al hacerlo, empero, se pierde el sentido de comunidad, advierte Cleary.
A su vez, organizaciones como el G-7 carecen de la capacidad necesaria para conformar la política mundial. Es más, los poderes políticos han tratado de crear instituciones globales, pero han fracasado en el empeño y volverán a hacerlo, vaticina Cleary.
Lo más importante, sin embargo, es que en el núcleo del problema de la gobernanza global reside el hecho de que los políticos son responsables ante sus electores locales, mientras que la mayor parte de las amenazas no entienden de fronteras e, incluso, son globales, con lo que no siempre los líderes políticos toman las decisiones más adecuadas a largo plazo.
Para afrontar esos desafíos, se necesita un sistema de gobernanza global basado en cinco pilares, indica Cleary: la promoción de un sistema de crecimiento económico y desarrollo social sostenible, la reducción efectiva de la pobreza y la mejora de la igualdad, actuar sobre los orígenes de las vulnerabilidades humanas, nacionales y globales y promover la seguridad; compartir las normas y valores que faciliten la convivencia global mientras se mantiene la diversidad cultural y mejorar la calidad de la gobernanza global y de las instituciones internacionales.