El liberalismo es la filosofía económica que mejor funciona. Es la que ha permitido a miles de millones de personas salir de la pobreza. La clave reside en que la libertad es condición necesaria para la innovación. Esa innovación es lo que genera riqueza y prosperidad para todos. Lo explica la profesora de la Universidad de Illinois en Chicago, Deirdre McKloskey, en un diálogo con Manuel Conthe.
El significado del liberalismo
En la Europa continental, el liberalismo es sinónimo de libertad personal y de mercado.
¿Qué significa ser liberal? Pues depende de en qué país se encuentre uno. En la Europa continental, el liberalismo es sinónimo de libertad personal y de mercado. Es la idea original que definió Adam Smith. En Estados Unidos, en cambio, el significado del término empezó a cambiar a partir de 1880. De esta forma, en el año 1933 liberalismo allí quería decir socialismo democrático moderado. Así es que, para poder entender porqué funciona el liberalismo, debemos quedarnos con la acepción original.
En ese proceso de compresión también debemos echar un vistazo a la historia. Esta nos enseña que el Antiguo Régimen era una economía de suma cero. En ella, el enriquecimiento del aristócrata procedía de la apropiación de parte de la renta del campesino. La economía actual, en cambio, es un sistema de suma positiva, en el que todos ganan. Hoy somos un 3.000% más ricos que nuestros antepasados, gracias a los cambios que inició la revolución industrial.
Liberalismo, innovación y prosperidad
Mucha gente piensa que ese aumento de la renta ha sido solo del 100%. Y que la mayor parte de ese incremento ha ido a parar a los ricos. Pero no es así. Por el contrario, la mayor parte ha ido a manos de los pobres. Es el gran enriquecimiento de la sociedad. A este sistema se le llama capitalismo y se asocia con la acumulación de capital. Esta concepción no tiene en cuenta que también se necesita mano de obra y recursos naturales. Pero, sobre todo, se necesita innovación, esto es, la aparición de nuevas ideas y su difusión. Y para que haya innovación se precisa un conjunto de condiciones indispensables, entre ellas la libertad.
Cuando las personas son libres, pueden convertir sus ideas en realidad.
Esas realidades se convierten en alternativas a lo que había antes y lo sustituyen. Es la destrucción creativa de la que hablaba Schumpeter. Esas alternativas compiten entre sí y de ello se deriva la ganancia que se difunde por la sociedad. Así se supera el juego de suma cero y se pasa a otro de suma positiva. Por ejemplo, una de las grandes ideas del siglo XIX fue la apertura de grandes almacenes en Francia. Otros emprendedores empezaron a emularla por todas partes. En el siglo XX había tantos porque la idea original era muy buena.
El caso de la telefonía
Enseguida, sin embargo, surgieron voces pidiendo la intervención del gobierno. Para ello alegaban que muchas de estas innovaciones generaban externalidades. Así, cuando surgió la telefonía en el siglo XIX, con la excusa de las externalidades, se dijo que esa red tenía que ser propiedad estatal. Gran error porque no se puede suponer automáticamente que el gobierno va a hacer las cosas bien. En muchos países, la gestión pública de la telefonía fue un desastre. A causa de ella, uno podía esperar años hasta conseguir tener teléfono.
De repente surgió una innovación, una alternativa, los móviles, y todo cambió. Esos móviles se convirtieron en la competencia de las redes telefónicas por cable cuya gestión, necesariamente, tuvo que mejorar. No hacerlo hubiera supuesto la desaparición de las empresas que la gestionan. Zoom es un servicio de videollamada que utiliza esa red. Es líder porque funciona bien, mientras que no es el caso de otras empresas, señaló la profesora McKloskey. Algún día, empero, surgirá una alternativa que competirá con él. Es lo que sucede siempre que se permite innovar.
Liberalismo vs socialismo
Si el liberalismo es tan bueno, ¿por qué hay tanta gente que apoya el socialismo? De McKloskey señala que existe un cierto sesgo hacia el socialismo debido a las dinámicas familiares. Con frecuencia, los niños de hoy no saben qué hacen sus padres en sus empleos. En el pasado, en cambio, trabajaban, o ayudaban a sus padres en la granja o en el negocio familiar. Esos chicos entendían muy bien conceptos como mercado o escasez. Los de hoy no acaban de comprender la economía y su funcionamiento. El único mundo que ven es el de la familia, que es un paradigma socialista. Se rige por el principio de la capacidad de cada uno, las necesidades de cada cual. Algo lógico porque a los hijos no se les va a facturar la merienda, por ejemplo.
Una nación puede percibirse como una familia en términos analíticos, pero no como hipótesis de trabajo. Si el socialismo funcionara, la Unión Soviética, Cuba o Venezuela hubieran sido éxitos económicos espectaculares.
Libertad, innovación y bienestar
El liberalismo funciona porque deja libertad a la gente para que innove.
Esos innovadores ganan dinero porque hacen cosas que venden. Pero hay gente que prefiere no ver eso y lucha porque el innovador dé parte o todas sus ganancias a los pobres. Esto es una falacia, señala McKloskey. Quienes la defienden desprecian la idea de que todos los barcos suben cuando sube la marea. Es decir, todas las rentas aumentan cuando se incrementa la renta de una nación. La crítica contra esta idea podría entenderse si hubiera unos barcos que subieran menos que otros. Pero no es así. La marea afecta a todos por igual.
En nuestra sociedad, de hecho, a los pobres les va muchísimo mejor que en el Antiguo Régimen. Nuestros antepasados tenían, por entonces, una renta per cápita de 2 ó 3 dólares diarios. Dicho de otra forma, su nivel de vida apenas superaba el umbral de la pobreza extrema. En Estados Unidos ahora la renta es de 120 dólares diarios. En España es de 100 dólares. Esta es la virtud del liberalismo. La pobreza tiene que ver más con otras cuestiones. En el mundo, actualmente, hay dos problemas, la tiranía y la pobreza, que explican los demás. Si pudiéramos acabar con los tiranos, resolveríamos el primero. También el segundo porque, entonces, la gente sería libre para innovar. Y la innovación solucionaría los problemas del clima, de la pobreza hereditaria, etc.
Una filosofía para adultos
Los críticos del liberalismo también aducen en su contra que hay personas con más ventajas que otras. Esto supone, en cierto modo, colocar a la envidia como leitmotiv de la política social. El problema, decía Shakespeare, es que «la envidia es insaciable: nunca puede llegar a satisfacerse sus demandas».
El liberalismo, además, implica madurez personal. Es un sistema de pensamiento de adultos libres. El resto de filosofías, con sus vertientes económicas, tratan a las personas como a niños. Están diseñadas como si la sociedad fuera un conjunto de niños que necesitará supervisión.
Sesgos psicológicos
Frente a ello, quienes defiende la intervención pública arguyen que hay sesgos psicológicos que precisan de la misma. Es el caso de los Nobel de Economía Daniel Kahneman y Richard Thaler, de la escuela de la economía del comportamiento. Esos sesgos hacen que la gente sea irracional. Y, añaden, como el mercado no puede ayudarla, debe intervenir el estado. Debe darles pequeños empujones para que avancen. Ahora bien, las personas pueden ser ignorantes y cometer errores. Pero, a pesar de ello, también son eficientes e innovadoras.
Esos empujoncitos, además, son una forma de paternalismo. A las personas o se las trata como niños, o se las trata como adultos. Y hay que preguntarse si el gobierno tiene las habilidades necesarias para dar esos pequeños empujones. Si es lo suficientemente honrado, lo suficientemente altruista, señala McKloskey. La historia ha demostrado que no es así, que el gobierno eso no lo hace bien. Lo que quiere el gobierno es atraer a las personas y no pagarlas.
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