Tecnología y prosperidad van de la mano. La prosperidad, sin embargo, no siempre les llega a todos, de la misma forma y al mismo tiempo. Hay casos en los que los trabajadores se benefician y otros en los que pierden su empleo. El cambio tecnológico, además, puede alimentar la desigualdad. En la era de la inteligencia artificial, hay que tener en cuenta estas cuestiones. Lo explica Daron Acemoglu, catedrático de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
El vínculo entre tecnología y mercado laboral
Los economistas suelen pensar que las nuevas tecnologías van a dar lugar a nuevas tendencias. Creen, también, que la sociedad va a salir beneficiada, en especial los trabajadores, quienes conseguirían mejores salarios. Pero ¿y si ese vínculo entre tecnología y mercado laboral no funcionara así precisamente? Esta cuestión resulta de suma relevancia ahora que estamos cruzando el umbral de la era de la inteligencia artificial.
La idea de que los trabajadores se benefician siempre de las nuevas tecnologías es cuestionable. Para que eso suceda, tienen que darse supuestos que no siempre están presentes. Por ejemplo, se supone que un aumento de la productividad conduce a las empresas a contratar más trabajadores. Esta mayor demanda de empleo provocaría la subida de los salarios. Pero las cosas no suceden necesariamente así. La introducción de los molinos en la Edad Media multiplicó por diez la productividad, pero los beneficios fueron para la aristocracia y el clero. El resto de la población siguió sometida a un régimen de servidumbre. A los esclavos del sur de EEUU les fue incluso peor cuando se introdujo la desgranadora de algodón. ¿Por qué? Porque en esos mundos no había competencia y los trabajadores carecían de poder. Si no lo tienen, no podrán aprovecharse de las ventajas que deparen las nuevas tecnologías.
La tecnología y la revolución industrial
La revolución industrial es el origen de la prosperidad de la que disfrutamos. Es un proceso de cambio tecnológico en un entorno institucional distinto del feudalismo o la esclavitud. En sus albores, la maquinaria desplazó a los trabajadores, cuyas condiciones de vida empeoraron. Pero los trabajadores, concentrados en las áreas industriales, pudieron organizarse, adquirir poder y aprovechar la revolución industrial para mejorar sus condiciones.
Con las tecnologías digitales y la inteligencia artificial puede volver a repetirse la historia. Estos cambios suponen oportunidades y desafíos. Por eso, debemos tener muy claro qué vamos a hacer para que esto funcione. Y es que no vamos a disponer de una opción triunfadora que garantice a todo el mundo que va a estar mejor. De hecho, en el mercado laboral se aprecian ciertas tensiones llamativas, sobre todo en EEUU, pero no solo allí.
Prosperidad compartida
En los años sesenta vimos un patrón de prosperidad compartida: los distintos grupos demográficos muestran un patrón similar en términos salariales. Es un periodo en el que la economía mejora para todos y los salarios reales crecen un 2,5%. A finales de los setenta vimos un cambio radical: los salarios se estancaron o se redujeron. En el caso de los hombres, los ingresos reales se desplomaron para aquellos que abandonaron los estudios. Este es un fenómeno que no es exclusivo de Estados Unidos. Desde entonces, la desigualdad aumenta y los ingresos de los menos cualificados empeoran. Este patrón se repite en un país tras otro, aunque en EEUU la desigualdad es más notable.
En la actualidad hay robots, pero no hay trabajadores cualificados. Nos centramos en la automatización, pero no creamos nuevas tareas, con lo que no generamos nueva demanda laboral.
¿Qué permitió la prosperidad compartida de los cincuenta y sesenta? En primer lugar, es imprescindible que el cambio tecnológico no se limite a automatizar. Veamos el sector del automóvil estadounidense. A principios del siglo XX, Henry Ford y otros innovadores lo cambian todo. Introducen máquinas y aplican nuevos métodos de producción. Pero también introdujeron nuevas tareas para los trabajadores. Son empleos importantes y cualificados. Así es que el sector utilizó cada vez más capital y contrató cada vez a más trabajadores. En la actualidad hay robots, pero no hay trabajadores cualificados. Nos centramos en la automatización, pero no creamos nuevas tareas, con lo que no generamos nueva demanda laboral.
Tecnología y desigualdad
Esto también afecta a la desigualdad. Los salarios reales de la mitad de los grupos van a menos, con diferencias por razones de raza, edad, educación y sexo. Hay una relación negativa muy importante entre automatización y estructura salarial. El planteamiento básico de la distribución de beneficios también cambia. Compartir los beneficios con los trabajadores no es importante, sino reducir costes. Esto supone un cambio en la organización, que se centra más en la automatización y el recorte de costes. Y los sindicatos se van debilitando, sobre todo después de que Ronald Reagan llegara al poder.
Lo sucedido en los ochenta y noventa es importante porque estamos a punto de ver grandes cambios con la inteligencia artificial. Estos cambios no van a transformarse en prosperidad compartida, sino que va a depender de la dirección del cambio. Hay que aprovechar esta tecnología para mejorar la productividad.
Inteligencia artificial
Hay dos visiones muy distintas de la inteligencia artificial. En la primera se plantea que la inteligencia de la máquina y la máquina inteligente son esenciales. Pero esta visión está sesgada hacia la automatización. Hay una visión mejor de la inteligencia artificial, que destaca otro aspecto: la utilidad de la máquina. El potencial de los ordenadores es importante si mejora la productividad humana. Si esta visión predomina, permite conseguir una simbiosis máquina hombre, pero no es lo que está sucedido. Una automatización excesiva tiene efectos sobre la organización y el trabajo.
Centrarse solo en la inteligencia artificial, relega a los humanos y surgirán fallos.
Muchas veces, la inteligencia artificial no cumple con lo que promete. Centrarse solo en la inteligencia artificial, relega a los humanos y surgirán fallos. Hay ejemplos de automatización fracasada. La productividad es buena para los humanos, pero no tanto como podría ser porque avanza muy deprisa.
Control democrático
La mayor amenaza de la inteligencia artificial no es solo el empobrecimiento de los trabajadores y la mayor desigualdad. La amenaza es pensar que, al ser las máquinas más listas que los humanos, el algoritmo debería controlar a la humanidad. Así las cosas, la cuestión es asegurarnos de que avanzamos hacia un futuro más democrático y hacia una prosperidad compartida. Necesitamos seres humanos que tomen decisiones. Necesitamos el control democrático de las instituciones también en relación con la tecnología. Las decisiones deben tomarlas poderes compensatorios. Necesitamos organizaciones para proteger a los consumidores. Estas organizaciones van a ser muy importantes. Necesitamos la legislación precisa sobre impuestos, abuso de mercado, datos, etc.
Todo esto no se limita a la tecnología actual, sino que implica un replanteamiento profundo. Necesitamos hacer las cosas de forma distinta para mejorar la productividad. Un poco de intervención gubernamental ha dado lugar a un replanteamiento en el sector de la energía. Con un poco de regulación, las renovables se han vuelto más económicas. El gobierno puede influir en el rumbo de las nuevas tecnologías.
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