Una de las peores cosas que le puede suceder a la economía mundial es el auge del proteccionismo. En la década de 1930 el mundo vivió semejante situación y el resultado fue la Gran Depresión, la peor crisis económica del mundo moderno. Y, a pesar de que esa historia la conocemos muy bien, el proteccionismo amenaza con resurgir de nuevo, y no precisamente en el mejor momento.
Tal y como explica al respecto Juergen B. Donges, catedrático Emérito de la Universidad de Colonia, la amenaza proteccionista viene de Estados Unidos, un país con el cual la Unión Europea ha creado, durante décadas, unos vínculos económicos muy estrechos. Si estos vínculos se ponen en entredicho, las repercusiones para la economía europea serían muy negativas. Y es que Donald Trump ha pasado de la retórica a la acción y ha empezado a imponer aranceles punitivos contra China, contra Japón y contra la UE.
Ante esto, lo primero que ha hecho la Comisión Europea es denunciar estos casos ante la Organización Mundial del Comercio, así como considerar la imposición de aranceles de retorsión. El problema con el que se ha encontrado Bruselas es que no sabe por dónde actuar, ya que los países europeos no son grandes importadores de productos estadounidenses. Lo que realmente importan es lo que ofrecen las grandes plataformas de internet, lo cual no se presta a una política arancelaria convencional. Por lo tanto, hasta ahí Trump está tranquilo.
Ahora bien, otra cosa muy distinta es si prosperan las ideas que maneja la Comisión Europea de introducir un impuesto digital, porque la Administración estadounidense podría interpretarlo como un arancel contra grandes empresas americanas y, entonces, haría lo mismo contra empresas europeas similares, con lo cual la guerra comercial estaría servida. Pero con una guerra comercial perdemos todos, no solo por la caída de las ventas, sino también porque se romperían las cadenas globales de valor. Además, podría haber un problema adicional en forma de crisis en los mercados financieros.
El problema en los mercados surgiría si los chinos deciden vengarse de Trump, dejando de adquirir bonos soberanos de Estados Unidos, o incluso vendiendo en gran escala los que ya tienen. Con eso tendríamos la crisis financiera servida.
El problema en los mercados surgiría si los chinos deciden vengarse de Trump, dejando de adquirir bonos soberanos de Estados Unidos, o incluso vendiendo en gran escala los que ya tienen. Con eso tendríamos la crisis financiera servida. En ese escenario, el BCE carecería de margen de maniobra porque ya tiene los tipos de interés muy bajos, con lo cual los europeos estaríamos en el peor de todos los mundos, advierte Donges. Por eso, lo racional sería que todas las partes enfríen el conflicto y generen expectativas de mercados abiertos. Para que esto pueda suceder se necesitan interlocutores serios, creíbles, con sentido de responsabilidad. El problema es que los interlocutores que hay son Trump y la Comisión Europea.
Trump simplemente desprecia los principios básicos del comercio internacional de multilateralidad y no discriminación. Él es simplemente un neomercantilista y para un neomercantilista lo bueno es la exportación, porque genera divisas y crea empleo, y lo malo es la importación, que hay que pagar con divisas y destruye empleo, según su visión. Sin embargo, lo que realmente le genera beneficios a una sociedad es justo lo contrario, porque la importación genera más competencia, mejor asignación de recursos, más posibilidades de consumo.
Por su parte, la Comisión Europea no es tan librecambista como pretende hacer creer. Desde hace mucho tiempo, la UE impone aranceles significativamente superiores a las importaciones procedentes de Estados Unidos que los que EEUU impone a las de la UE. También impone a China aranceles antidumping, aunque los estudios dicen que no hay tal. Y, por último, está todo el esquema de la Política Agraria Común, que es proteccionismo absoluto.
Aun así, vale la pena sentarse a negociar porque los efectos del comercio internacional libre en términos de más crecimiento económico y menos inflación son muy palpables. Esto podía ser un aliciente para que la Unión Europea desarrolle una estrategia de restauración del comercio mundial. Lo primero, indica Donges, sería reactivar el TTIP, que tanta oposición suscitaba en algunos países. La segunda vía sería establecer un régimen de libre comercio con países en desarrollo, que es lo más eficiente para promover su desarrollo, más que la ayuda al desarrollo, que no funciona. La tercera vía consistiría en negociar más acuerdos comerciales con diversas economías emergentes como los que ya tiene la UE con China, Mercosur o India.
Otro problema relacionado con el proteccionismo, del que se habla poco y es mucho más significativo, es la denominada competencia locacional, o competencia 3.0, que tiene lugar entre estados que quieren atraer inversiones, tecnología y empleo a través del sistema fiscal, las infraestructuras económicas, el modelo educativo, las regulaciones de mercado, la asistencia sanitaria, la seguridad jurídica y la seguridad ciudadana. Esta forma de competencia es distinta porque se trata de una competencia entre modelos políticos y económicos: el occidental, con economía de mercado, frente a China, totalitario y con capitalismo de Estado.
En China gobierna un partido comunista, pero sabe amoldar su ideología a las necesidades de una economía que funcione. La estrategia del gobierno chino es, simplemente, una ofensiva innovadora en campos clave como robótica, inteligencia artificial, biomedicina, etc. El problema reside en que, para conseguir esto, el gobierno chino subvenciona masivamente estas actividades, interviene en las empresas, no facilita posiciones de capital mayoritarias de empresas extranjeras, promueve inversiones en Europa y Estados Unidos en estos campos con el objetivo de adquirir know how, realiza estafas de propiedad intelectual y espionaje industrial y trata de atraer cerebros a su país.
Para que esta nueva competencia locacional funcione en beneficio de todos, todos tienen que respetar las reglas, cosa que China no hace. Este es un motivo para darle la razón a Trump, que quiere frenar el desarrollo tecnológico de China. La UE quiere hacer lo mismo, pero, advierte Donges, se nos olvida que los europeos se comportan igual que los chinos porque no permiten el acceso de empresas extranjeras a sectores que consideran estratégicos o de interés nacional.
Si lo que realmente persigue Trump es que EEUU gane la guerra de la competencia locacional el efecto para el comercio mundial podría ser positivo, porque el gobierno chino necesita mercados abiertos en la economía mundial para crear niveles de empleo sostenibles. Esto podría ser un aliciente para poder encontrar vías de entendimiento.
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