¿Cómo será el orden internacional después de la crisis del COVID-19? ¿Será el coronavirus un catalizador de grandes cambios en el mundo? Joseph Nye, profesor de Gobierno de la Kennedy School de la Universidad de Harvard, y Álvaro Renedo Zalba, Fellow Rafael del Pino-MAEC en el Belfer Center for Science and International Affairs de la HKS, en el marco del Project on Europe and the Transatlantic Relationship, reflexionan sobre estas cuestiones.
El orden internacional tras la gripe española
Para responder a esas cuestiones, Nye aconseja recordar lo que sucedió en 1918 con la mal llamada gripe española. Esta pandemia sesgó la vida de más gente que la Primera Guerra Mundial. Pero lo que se produjo ese año no fue sino una segunda oleada de esta epidemia que mató a más personas que la primera. En consecuencia, todavía es pronto para saber cuál será el resultado final en este caso.
Una segunda enseñanza que depara la pandemia de 1918 es que apenas tuvo efecto sobre el orden internacional. La Primera Guerra Mundial sí lo tuvo, pero la gripe española no. Por tanto, no parece probable que el COVID-19 vaya a ser un acontecimiento geopolítico que provoque que China supere a Estados Unidos. Ni tampoco parece probable que vaya a suponer el fin de la democracia. Ni siquiera, que pueda acabar con la Unión Europea. En consecuencia, por ahora no se vislumbra nada que invite a pensar que el mundo va a cambiar sustancialmente.
El futuro de la Unión Europea
Por supuesto, el asunto del Tribunal Constitucional alemán relativo a los programas de compras de bonos del BCE es preocupante. Pero es verdad, también, que todavía existe un compromiso muy fuerte con el proyecto europeo en su conjunto.
De la misma forma, es importante tener en cuenta lo que parece una constante de la historia de la Unión Europea. Al comienzo de una crisis, la Unión Europea suele fallar. Pero después enmienda sus errores. Los deja atrás y resuelve los problemas, en general con cambios institucionales que suelen implicar más integración. La historia podría volver a repetirse en esta ocasión. Ahora bien, para que esto suceda será necesario dar algunos pasos que no resultarán fáciles. Por ejemplo, habría que crear un fondo europeo para financiar la recuperación económica. También deberían crearse eurobonos, que adopten la forma de deuda perpetua. Esos pasos irían en la buena dirección. Son, posiblemente, medidas necesarias frente a la crisis. Pero la respuesta de la UE todavía no ha sido tan fuerte como debería.
El auge del nacionalismo y el orden internacional
El auge del nacionalismo es otra cuestión a tener en cuenta en relación con el orden internacional. Se trata de un problema constante. Sin embargo, la forma en que lo aborden los líderes políticos puede transformarlo en una fuerza positiva. Es lo que hizo Jean Monnet después de la Segunda Guerra Mundial, cuando ideó la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Gracias a ello, Alemania desarrolló un nacionalismo que se identificó con Europa, no un nacionalismo introvertido. Por tanto, no hay que negar el nacionalismo. Todos los países tienen ese tipo de sentimientos. Lo que hay que hacer es canalizarlos en la buena dirección.
Esto no implica que haya que renunciar a la defensa de los intereses nacionales. Todos los líderes políticos están obligados a defenderlos. Pero esa defensa tiene que ponerse en un contexto más amplio, que abarque también los intereses de los demás. Después de la Segunda Guerra Mundial, en el caso de Estados Unidos, eso significó el Plan Marshall. Esa iniciativa fue buena para los europeos y también para los propios estadounidenses. Lo que se necesita ahora es ese tipo de líder que defienda los intereses nacionales con una visión más amplia. Que lo haga no oponiéndose a Europa, sino fortaleciéndola.
El estado-nación en el siglo XXI
En este contexto, el estado-nación seguirá estando en el centro del orden internacional del siglo XXI. Seguirá presente porque el sentimiento nacional de la gente es muy fuerte y no va a disolverse ni desaparecer. Constatado ese hecho, lo que habría que hacer es incorporar al estado nación a un marco más amplio. Un marco, por otra parte, que no se vea constreñido por los límites del pasado.
Esos límites surgen cuando alguien trata de contraponer los intereses nacionales con una visión más amplia del mundo. Steve Bannon, uno de los asesores de Trump, habló en el año 2016 de la diferencia entre lo que denominó americanos reales y cosmopolitas implacables. Esos “americanos reales” son capaces de mantener múltiples lealtades al mismo tiempo. Pueden ser leales a su familia y, a la vez, a su región, su nación, su profesión o su religión. Puede ser porque las personas somos capaces de mantener múltiples lealtades de forma simultánea. Así es que la clave es cómo los líderes establecen un sentimiento nacional fuerte, teniendo en cuenta que los países forman parte de un mundo más amplio.
Interés nacional con contenido moral
Ese fondo, además de ser una cuestión humanitaria, defendería los intereses de los países que lo hubiesen financiado.
Cuando se adopta esa visión más amplia, las cosas funcionan de manera distinta. Imaginemos que EEUU y China se hubieran puesto de acuerdo al inicio de la crisis, en vez de lanzarse acusaciones mutuas. Y que se hubieran acercado a Europa, Japón y otros países para proponer la creación de un fondo. Un fondo masivo que hubiera estado a disposición de los países pobres para afrontar la crisis del COVID-19. Ese fondo, además de ser una cuestión humanitaria, defendería los intereses de los países que lo hubiesen financiado. Y es que, si el coronavirus no se gestiona bien en la mitad pobre del mundo, esa parte podría convertirse en una reserva del virus. Si eso sucediera, el virus podría expandirse a la mitad rica del mundo estacionalmente todos los años. Eso no le conviene a nadie. Este es un ejemplo de definición del interés nacional con contenido moral.
La crisis del COVID-19 tampoco parece que vaya a producir un cambio en el orden internacional relacionado con el auge de China. Es cierto que ya es la segunda mayor economía del mundo. También merece crédito porque ha conseguido sacar a cientos de millones de personas de la pobreza. Pero tiene una visión autoritaria que le lleva, incluso, a usar la tecnología para controlar a la gente.
En el otro lado, sin embargo, tenemos a Estados Unidos y a Europa. No hay dos partes del mundo que compartan tantos valores como ellos. Esos valores hasta ahora los han unido. El peligro es que China trate de dividir a Europa y Estados Unidos mediante incentivos económicos. Los europeos son conscientes de que hay valores muy importantes en juego. Por eso resulta tan importante conservar la alianza entre Europa y Estados Unidos. Si se mantienen juntos, el totalitarismo no se impondrá a la democracia.
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