¿Por qué tenemos que pagar impuestos? Las empresas y los ciudadanos nos vemos obligados a contribuir a Hacienda. No hacerlo es un delito. El Estado, sin embargo, no nos dice por qué hay que tributar. Al contrario, utiliza la propaganda para convencernos de la importancia de hacerlo. Esta es la opinión de María Blanco, profesora de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad CEU-San Pablo; Carlos Rodríguez Braun, catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid, y Luis Daniel Ávila, periodista y analista económico.
Hacienda y ‘El Rubius’
Las redes sociales están que arden. Uno de los youtubers con más seguidores, El Rubius, se ha trasladado a Andorra para pagar menos impuestos. ¿Por qué? Pues porque Hacienda se lleva una buena parte de sus ganancias, mientras que en Andorra sufre una presión fiscal más baja. Las redes están divididas. Unos le critican por haberse ido a lo que algunos denominan un “paraíso fiscal”. Otros, en cambio, apoyan su decisión. Pero nadie explica por qué el Estado quiere que El Rubius pague tantos impuestos, señalan los profesores.
«El único impuesto malo es aquel que no se paga.»
Para Carlos Rodríguez Braun, eso de los paraísos fiscales es un truco para desviar la atención de lo verdaderamente importante. Las autoridades lanzan el mensaje de que el único impuesto malo es aquel que no se paga. De esta forma, eluden el debate sobre los impuestos que sí se pagan. Ese es el quid de la cuestión. Pagamos impuestos porque no hacerlo es cometer un delito, pero desconocemos la razón de porqué hay que hacerlo. El Estado jamás la explica. Dice que se paga porque todos estamos de acuerdo en que es en beneficio de la comunidad. Porque, gracias a ello, tenemos sanidad y educación. Pero la realidad es que los impuestos se pagan porque, en caso contrario, uno acaba en la cárcel.
¿Cuánto hay que pagar a Hacienda?
¿Cuánto hay que pagar en impuestos a Hacienda? Para María Blanco, la respuesta depende de la capacidad de una sociedad de generar riqueza. Educación y Sanidad son servicios que deberían cubrir a todos. Su provisión, empero, no debe provenir necesariamente del Estado, porque lo que proporciona nunca es gratis. El nivel de impuestos debe ser el adecuado para que la mayor parte del dinero posible esté en el bolsillo de los ciudadanos. Para que el ciudadano pueda adquirir todos los bienes y servicios que desee de la mejor manera posible.
Una imposición justa, sigue Rodríguez Braun, es aquella en la que todos estemos de acuerdo. En la realidad estamos muy lejos de eso, con un Estado que redistribuye para darles a unos quitándoles a otros. Con una mayoría cualificada habría sido mucho más difícil subir los impuestos de lo que ha sido en la práctica. El gasto público sube hasta que la rentabilidad política del último euro gastado resulte inferior al último euro recaudado.
Impuestos y servicios públicos
Muchas veces tenemos la impresión de que no podemos disminuir los impuestos y el gasto, indica Luis Daniel Ávila. Esto es así porque hay ciertos servicios necesarios que solo pueden ser administrados por el Estado, como educación o pensiones. Pero, antes, estas actividades fueron provistas por oferentes privados y a precios convenientes. En el siglo XX, el Estado se metió en estos nichos y expulsó a los proveedores privados. Lo hizo compitiendo con ellos y haciéndoles pagar la cuenta.
Los bienes y servicios públicos por los que supuestamente pagamos no son provistos por el Estado.
Para Luis Daniel Ávila, hay un problema con el término contribución. La contribución es voluntaria y el impuesto que cobra Hacienda no. Es un truco retórico que utiliza el Estado para hacernos pensar que pagamos porque queremos algo. Los bienes y servicios públicos por los que supuestamente pagamos no son provistos por el Estado. El médico da el diagnóstico, la clase la imparte el profesor. Pero es el político quien se lleva el beneficio electoral de haber aumentado el gasto. El estado funciona mal, ineficientemente. Estas tareas se podrían realizar con menor costo y más calidad.
Propaganda y legitimidad del poder
Hay otra falsedad “clamorosa” sobre Hacienda, advierte Rodríguez Braun. Se trata de la idea de que uno tiene que pagar más impuestos porque otros no contribuyen. Los fríos datos revelan que eso no es cierto. En las últimas décadas hay cada vez más declarantes. Los impuestos, sin embargo, no han hecho más que subir.
Lo que está en juego con la propaganda fiscal es la legitimidad del poder político, indica Carlos Rodríguez Braun. Todo poder necesita legitimarse no solo mediante la violencia, sino también mediante la propaganda. Por eso, es muy importante para él transmitir la idea de que estamos contentos con él. Mientras dice eso, procura hacer todo lo posible para que los impuestos no se noten. El Estado está tratando permanentemente de ocultar el peso de su coste fiscal mientras exagera el beneficio de sus gastos.
Chantaje emocional
Decir que el gasto público va a subir les da votos, pero hay que financiarlo.
El Estado nos somete a una especie de chantaje emocional, añade Luis Daniel Ávila. Cuando busca obtener rédito con su propaganda dirige todos sus mensajes a nuestros temores, a nuestros miedos. Sobre todo, al miedo al aislamiento y al repudio social. Por eso, es difícil cambiar aquello de lo que nos han convencido. Los impuestos, por tanto, siguen subiendo en tanto en cuanto eso siga siendo útil para el político. Decir que el gasto público va a subir les da votos, pero hay que financiarlo. La clave, por tanto, no es tratar de bajar los impuestos, apunta María Blanco. La clave es tener una Hacienda sin esas capas de grasa de un gasto público desorbitado.
Las esperanzas de un consenso en el mundo de la política para bajar los impuestos son pocas, lamenta Rodríguez Braun. Los políticos son los que han subido los impuestos en nuestro país, con el argumento de que hay que defender el Estado. La esperanza está en la opinión pública. Si se extiende la desconfianza en estos mensajes milagreros puede llegar un momento en que se critique más a los políticos por eso. Esto puede ser un caldo de cultivo para el cambio, porque los políticos también atienden a la opinión pública.
Un eslogan franquista
“Hacienda somos todos”, nos dice. Pero ese es un eslogan que empieza con el fraquismo, recuerda Carlos Rodríguez Braun. Los mensajes, desde entonces, no han cambiado, pese al paso del tiempo. En los primeros años de la democracia lo que decía Hacienda era “Hacienda ahora sí que somos todos”.
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