El debate sobre política económica empieza a convertirse en una suerte de chamanismo oscurantista. Las soluciones mágicas aparecen por doquier mientras la verdad de los hechos se oculta tras la cortina de la manipulación. Se pone el énfasis en la seguridad frente a la libertad para justificar un Estado omnipotente y protector.
Pero la libertad es la única receta válida contra la crisis del COVID-19.
Los ataques a la libertad
En Estados Unidos ya hay una avalancha de soluciones mágicas, explica Daniel Lacalle, economista jefe de Tressis. Su origen se encuentra en el ala más radical del Partido Demócrata. Sus miembros proponen que aumente el gasto público y los impuestos a los ricos. También, que se controlen los precios. Y que haya una renta básica y se imprima dinero para dárselo a la gente. En resumen, pretenden que el Gobierno controle todo. Ese discurso también ha llegado a España. Pero lo que esconden estas propuestas no es otra cosa que la búsqueda del control del ciudadano. Un control que, explica Lacalle, acaba en represión y en la destrucción de la capacidad de mejora de la gente.
La única forma de afrontar el COVID-19 es con libertad, competencia, innovación e iniciativa individual. Por eso, hay que recuperar la idea de la libertad. Es lo mejor para la sociedad. Cuando el populismo habla de justicia social, en realidad habla de aleatoriedad política, de clientelismo. Pero la verdad es que no hay nada más social que el capitalismo. La Historia y los hechos lo demuestran. Así es que no conviene repetir la experiencia de la crisis de 2008. Las soluciones mágicas no funcionan.
Libertad y prosperidad
Las medidas que se tomaron entonces condujeron a un mayor nivel de intervencionismo y a un recorte de la libertad individual. Sucedió así porque se produjo una inyección masiva de dinero. En paralelo, el control que ejercen los gobiernos aumentó de forma desmesurada. En lo último que deberíamos pensar en esta crisis, por tanto, es en darle más poder a los políticos. No hay que olvidar que los países que lo están haciendo mejor en esta crisis son los que tienen más libertad y menos gasto público. Y es que las soluciones mágicas no funcionan.
Al final, la realidad se impone. Y esa realidad consiste, simplemente, en que los sistemas ideológicos no son iguales, recuerda Cayetana Álvarez de Toledo, portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados. De hecho, unos generan libertad, prosperidad y felicidad y otros dictadura, pobreza e insatisfacción. A lo largo de los tres últimos siglos, las políticas de libertad han deparado un grado muy alto de prosperidad. Esas políticas han sacado a la gente de la pobreza y han generado unos niveles de bienestar enormes. Este argumento tiene que contraponerse al pesimismo de quienes dicen que nuestros modelos constitucionales y el estado del bienestar han fracasado.
Responsabilidad individual
El ciudadano es una persona adulta, exigente, capaz de ponerse de pie, de salir adelante. Puede necesitar el apoyo del Gobierno, sobre todo las personas más vulnerables. Pero ese apoyo no consiste en tutelarlo a perpetuidad, dejándole sin responsabilidad ni libertad. La retórica asistencialista, advierte Álvarez de Toledo, supone desconfiar en la capacidad de la persona para actuar como un ser adulto y racional. Entonces, el ciudadano pierde libertad y prosperidad.
A pesar de ello, hay personas que están dispuestas a renunciar a su libertad a cambio de seguridad. Esa transacción diabólica, como la denomina Lacalle, es falsa. Quien la ofrece no puede dar esa seguridad. Y, lo que es peor, una vez que se le entregue la libertad, no va a permitir a nadie quejarse.
La alternativa del diablo
Pero si las cosas son así, ¿por qué hay gente dispuesta a intercambiar libertad por seguridad? Pues porque se la bombardea constantemente con mensajes contrarios a ser libres, a asumir riesgos. La educación, la publicidad política, están plagadas de ellos. Su idea básica es que no merece la pena correr riesgos por lo que implica de falta de seguridad. Frente a ello, Lacalle recuerda aquello que dijo Bastiat de que todo aquel que quiera vivir del Estado debería saber que el Estado vive de todos. El totalitarismo se presenta como el gran dador de regalos, pero nunca cumple su promesa. Lo que hace es acudir a la represión frente a la protesta. Y después lleva a la miseria porque los que detentan el poder son ricos y los demás pobres. Así es que la alternativa que parece fácil, en realidad no es otra cosa que la alternativa del diablo.
Así las cosas, lo lógico sería que la alternativa de la libertad triunfase de forma natural, pero no lo hace. ¿Por qué? Pues porque no es gratis, explica Álvarez de Toledo. La libertad tiene un coste que es la responsabilidad de cada uno sobre sí mismo. La falta de responsabilidad conduce a un estado de infancia permanente. El problema es que ese sueño infantil suele acabar mal. La libertad es lo que ha permitido avanzar en términos de democracia y prosperidad. La retórica de derechos infinitos no.
Estatismo y desigualdad
A pesar de ello, esa retórica aparece siempre en momentos de crisis grave. Ahora lo hace con la idea de que la salida del COVID-19 es más Estado y que lo pague Europa. Pero eso es una ficción. Esas ficciones luego generan una frustración que da lugar a grandes problemas sociales. Por tanto, hay que asumir que la salida de la crisis va a implicar sacrificios, pero esos sacrificios van a merecer la pena.
Otro argumento con el que se pretende anular la libertad es la idea de que el origen de todos los problemas es la desigualdad. Por tanto, la lucha contra la desigualdad justificaría, desde esa perspectiva, la supresión de la libertad. El problema, explica Lacalle, es que los regímenes totalitarios aumentan la desigualdad, con ideas como imprimir dinero o que el Estado gaste más. Esas políticas destruyen el poder de compra del dinero y conducen al empobrecimiento general de la sociedad.
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