Vivimos en un mundo global, al que debemos el progreso humano. Un mundo abierto al comercio, a las personas… al menos hasta ahora. Porque ese entorno abierto que hemos construido con tanto esfuerzo desde el final de la Segunda Guerra Mundial empieza a enfermar. Se ha contagiado del virus del tribalismo, que nos impide cooperar con los demás. Pero esa colaboración es la base de la civilización y el progreso. Lo explica el escritor e historiador sueco Johan Norberg.
Progreso, un juego de suma positiva
El mundo global no es un juego de suma cero, sino de suma positiva. Todos ganan con la apertura, con la cooperación. Gracias a ella, desde hace veinte años todos los días salen de la pobreza extrema cientos de miles de personas. Gracias a ella, también, se ha podido vacunar a la población contra el coronavirus apenas un año después de su aparición. Estos son tan solo dos ejemplos de los dividendos que aporta un mundo abierto.
Pese a ello, hay quien teme a la apertura. Es esa dualidad de la naturaleza humana: somos comerciantes y seres tribales. Y si predomina la cara oscura, las sociedades dejan de buscar el beneficio mutuo que se deriva de la cooperación. Creen que el mundo es un juego de suma cero. En él, para ganar, hay que obligar a los demás a que hagan lo que uno quiera. La colaboración, entonces, desaparece y se sustituye por la imposición, por el dominio. Cuando esto sucede, el progreso se frena.
Cooperación y progreso
La cooperación es el pilar fundamental del éxito del ser humano como especie. El homo sapiens no es tan rápido ni tan fuerte como otros animales. No puede volar y no nada muy bien. Sus capacidades físicas, por tanto, distan mucho de poder garantizarle la supervivencia. Pero el homo sapiens cuenta con algo que los animales no tienen: su capacidad de cooperar con otros individuos.
La cooperación es el pilar fundamental del éxito del ser humano como especie.
Si el homo sapiens coopera, puede defenderse de los depredadores; puede cazar para comer. Si coopera, puede especializarse y aprender de otros individuos. Si un homo sapiens sabe cómo controlar el fuego, o coser un saco para llevar herramientas, otros individuos pueden aprender de él. Gracias a ello, el hombre es la especie que ha conquistado el planeta. Así surge el comercio y tenemos la explicación del progreso, como proceso de interacción entre seres humanos.
Civilización e intercambio
La civilización es la posibilidad de beneficiarse del conocimiento que uno no tiene. Quien no sepa crear una vacuna puede beneficiarse de ella si vive en una sociedad que posea ese conocimiento. Puede aprovecharlo porque vive en una civilización abierta en la que nos especializamos e intercambiamos libremente nuestras mejores ideas. En ella, una persona no está limitada por sus conocimientos y destrezas. Por el contrario, cuantas más personas haya, cuanto más se intercambie, más se progresa. Parece un paso pequeño, pero hemos pasado de coordinar los esfuerzos para acabar con un león a poder lanzar cohetes. Esto es lo que supone estar abierto.
Aquellas regiones que han permitido que las personas busquen, descubran, innoven, son las que prosperan. Lo son porque se trata de sociedades abiertas a nuevas ideas, tecnologías, descubrimientos, modelos de negocio que, por sí solas, no pueden conseguir.
Instituciones y progreso
Si una sociedad cuenta con instituciones que promueven el imperio de la ley, que permiten la innovación y la creatividad, entonces el progreso da un salto cualitativo. Es lo que ha vivido Occidente en los dos últimos siglos, con la Ilustración y la Revolución Industrial. Ha conseguido una civilización extraordinaria porque puede aprovechar los conocimientos, las innovaciones, los bienes y servicios que no podríamos crear nosotros solos. Todo ello ha sido posible por estar abiertos.
Ahora bien, el ser humano también es capaz de cooperar para robar y matar a otros. Es el ser tribal que llevamos dentro. Nuestros antepasados llegaron a lo más alto de la cadena alimenticia hace millones de años en la sabana africana. Pero aun había una amenaza: otros grupos de personas que cooperan mejor y asaltan al resto. Así surge el miedo a los otros. Esto hace que tomemos conciencia de quién está con nosotros y quién no. Somos nosotros contra ellos, lo que provoca que nos convirtamos en tribus. En cuanto nos identificamos como miembros de un grupo, pensamos en el otro grupo como una amenaza. Esto ya no es un juego de suma positiva, es uno de suma cero, porque dejamos de cooperar.
En tiempos difíciles
Así se entiende también la historia. En tiempos de depresión económica, amenazas militares, desastres naturales, pandemias, nos volvemos temerosos. También nos convertimos en seres tribales. Queremos encontrar un chivo expiatorio para luchar contra él. Puede ser el gran capital, o los socios extranjeros. O queremos huir para protegernos, por ejemplo, mediante la legislación que impida el comercio libre. Queremos que los gobiernos nos protejan. Queremos ser más colectivistas. No nos interesa encontrar una base común con otros; queremos defendernos y que la tribu nos proteja. Esto es lo que explotan los demagogos, los líderes autoritarios, en todo el mundo.
Ese tribalismo socava el progreso porque lleva al enfrentamiento con otras sociedades. A veces se trata de guerras comerciales, otras son auténticos conflictos bélicos. Sea como fuere, en esos casos dejamos de aprovechar las ideas, las capacidades de los demás. Sin ellas, el progreso se frena y las civilizaciones decaen, tienden a suicidarse.
La cruz de la moneda, por tanto, es esa tendencia de las civilizaciones a auto inmolarse. La cara es que eso no tiene por qué ser la fatalidad del destino. Por el contrario, todo ello son decisiones que tomamos nosotros, que están en nuestras manos. En ellas está el repetir las experiencias de las civilizaciones que han desaparecido, o en aprender de ellas para evitarlo.
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