Nacido en Barcelona, Luis Perez-Breva, tiene un doctorado en inteligencia artificial por el MIT, así como titulaciones en ingeniería superior química (IQS , Barcelona), física cuántica (ENS Paris) y negocios (IQS, Barcelona) obtenidos en España y Francia. Es un educador, inventor, empresario y emprendedor a la par que asesor de inversores y emprendedores. Ahora Luis está creando un nuevo tipo de fondo para reciclar y reaprovechar tecnologías. También es, desde hace unas semanas, un nuevo ciudadano americano.
En septiembre de 2020 Luis Perez-Breva publicó en Epsilon Theory el artículo “A Society of Tinkerers” que define el nuevo modo de invertir en progreso y con ánimo de lucro que se está empezando a fraguar en EEUU donde la comunidad de inversión empieza a observar que el modelo de “Startups” que ha imperado en las ultimas dos décadas ha agotado su recorrido sin dar los resultados ni el progreso esperados. Epsilon Theory es la referencia de vanguardia del pensamiento de inversión a largo plazo y gestión de fortunas en EEUU. Luis lleva más de una década demostrando en la práctica en academia y empresa un nuevo modelo de desarrollo, innovación, e inversión–desde MIT y por todo el Mundo.
Con el afán de liderazgo en innovación que caracteriza a la fundación y firmes en nuestro compromiso de traer el pensamiento de vanguardia, la Fundación Rafael del Pino (con la ayuda y bajo la supervisión del propio Luis Perez-Breva) ofrecemos esta traducción del artículo original, y os invitamos a aportar vuestros comentarios y preguntas a la conversación.
Luis es también autor de Innovating: A doer’s Manifesto (MIT Press: 2017) Innovar: Un Manifiesto de Acción (Planeta 2018), y Faculty Director del MIT Innovation Team Enterprise.
Si quieres conectar con Luis, puedes encontrarlo en Twitter en @lpbreva o en MIT. También puedes seguirle en Linkedin y en su blog con la Fundación Rafael del Pino.
Puede que hayamos perfeccionado la economía equivocada: a la que nos hemos dado le cuesta reconciliar el progreso con la supervivencia de la especie a largo plazo.
Tiene arreglo.
Hemos de pasar página de la startup-especulación y sus modelos de inversión insostenibles, conjugar ánimo de lucro y progreso social sin tener miedo al éxito ni necesidad de renunciar a ser ambiciosos, y poner nuestras energías en construir una “Sociedad de Tinkerers[1]” … con la dosis justa de ingenuidad para abrir camino hacia una economía a la que le vaya bien que la especie sobreviva; una en la que la avaricia y nuestra supervivencia jueguen (de nuevo) en el mismo equipo.
Este artículo es una invitación a los inversores de largo recorrido a una nueva conversación sobre cómo innovar eficientemente. Hablo de cómo invertir sin miedo al éxito, aborreciendo tanto el desperdicio como esa extraña cultura del fracaso que se ha instalado; hablo de cómo crear esa sociedad de tinkerers, de reciclar tecnologías y startups fallidas y en suma de cómo invertir sosteniblemente con la mirada puesta en beneficios y en progreso a la vez. Progreso y beneficios, o la obra social y el ánimo de lucro, como sea que uno decida mirarlo (viene del inglés “doing good and doing well”) tienen que poder ser compatibles digan lo que digan a un y otro lado del hemiciclo. Pero para hablar de todo ello he tenido que introducir algunos términos nuevos – algunos de ellos, como tinkerers, o startup-speculación además son neologismos (ver la nota al pie) y otros, usados a menudo pero no por ello mejor entendidos como emprender y startups. Para explicarlos, mejor empiezo por el principio.
Ya sea esta pandemia, la desigualdad, la epidemia de opioides, el cambio climático, o lo que esté por venir, las crisis más importantes nos azotan cuando estamos “casi listos” para lidiar con ellas. Y casi siempre encontramos al mismo enemigo poderoso e invisible: los humanos – que (¿sin saberlo?) desperdician, cuando no arrasan con la especie, nuestra especie.
Como suele ocurrir en momentos como estos, la mayoría pasa por un estado de negación – el mismo que nos aboca a insistir en esa supuesta vuelta a algún «normal». (Suspiro). Pasa pantalla. Propongo aprovechar la coyuntura para hacer que a los humanos les resulte más difícil, menos divertido, y definitivamente menos lucrativo terminar con la especie y por ende, con la economía, cada vez que alguien estornuda hacia el lado equivocado.
Tiene que haber una forma de ayudar a los humanos a ayudar a los humanos que sea compatible con hacer dinero, si no, estamos condenados.
He ahí la oportunidad de establecer una mentalidad empresarial diferente.
- Necesitamos nuevos modos de explorar problemas que importan.
- Necesitamos compartir el conocimiento práctico con la sociedad para que cualquiera que quiera trastear con problemas reales pueda arreglar[2] problemas que importan.
- Necesitamos una alternativa a la especulación de suma cero (la startup-especulación, que mencionaba antes) que se hace pasar por una celebración del “emprendimiento”.
Decir que no a la startup-especulación y atreverse a entrar en la “Sociedad de Tinkerers” requiere coraje. El coraje necesario para apreciar que más vale que la verdadera riqueza, la idea misma de riqueza, pueda ser sostenible (podrías preguntarle a María Antonieta qué le pasará a tu riqueza y fortuna cuando lleguemos a ese punto en el que nadie puede permitirse nada).
Pero prosperar con esta nueva mentalidad requiere aceptar que padecemos un tremendo déficit de autenticidad en inversión, en emprendimiento, en liderazgo y, en general, en educación. Y esta falta de autenticidad ha dado lugar a un verdadero superávit de frivolidad y despilfarro.
Estas crisis son tan estúpidamente «elitistas» (epidemiología, climatología, socioeconomía) que sólo para descifrar el galimatías haría falta una titulación avanzada, no digamos ya para intentar entender algo de lo que está pasando. Tenemos que dejar de crear oportunidades para que cualquier idiota llame a todo “fake news” y se salga con la suya sólo porque sus estupideces son comprensibles y lo que está pasando, no.
¿Nos sacaran los emprendedores de esta? Después de todo, el «emprendimiento» se ha promocionado como el mejor invento de finales del siglo XX. De la mano de su cultura de «startups» estaba destinado a ayudarnos a reinventar continuamente nuestra economía. En cambio, desde los 80, parece que vamos a la caza de «soluciones» para cualquiera que sea la emergencia, burbuja, o crisis que toque, sin llegar a ninguna parte.
Así que aquí estamos. Los cantos de sirena del dinero fácil nos distrajeron del fin de hacer cosas que importan. Nos volvieron complacientes. Del mundo del emprendimiento y sus startups surgieron eslóganes tan malos como incomprensibles: «¡Fracasa rápido!» (Fail fast) o «¡Págalo adelante !» (Pay it forward). Y acabamos aceptando como lógico que 9 de cada 10 startups fracasen: «¡No pasa nada! ¡Ten, un premio! ¡Lo importante es intentarlo!»
Así es: cada, año en los Estados Unidos, se invierten 75 mil millones de dólares en lo que viene a ser una “lotería” de “startups” en la que el éxito sería que 1 de cada 10 gane. La «tasa de mortalidad» es abrumadora y con ella el desperdicio.
Por cierto, en Estados Unidos, cada año se destina casi cinco veces más a filantropía.
Como comentaba antes, hay un superávit de frivolidad y despilfarro. Nos acomodamos en la mediocridad a la espera de una oportunidad para empujar la siguiente «gran» idea al «mercado»—y, últimamente, esa gran idea probablemente vaya de hacer una app para espiar alguien y vender anuncios. No es de sorprender que, de la necesidad de rastrear un virus, a todos se les ocurriera que la «solución» era caer en el espionaje de las interacciones de la gente, como ha informado el New York Times…
El hecho de que tantos pensaran que esto —la misma esencia de la startup-especulación— podía funcionar revela las muchas carencias de nuestro pensamiento “emprendedor”. Así como la «Inquisición Española» se convirtió en el arquetipo medieval de la resistencia a cualquier tipo de ciencia, la resistencia de nuestra época a tan siquiera considerar problemas que importan vendrá marcada por la absurda creencia de que cualquier problema: «se puede solucionar ‘espiando’ y sirviendo ‘anuncios’.» Y así, las últimas dos o más décadas serán recordadas por crisis financieras, el aumento de la desigualdad, y por llevar a los humanos al borde de la extinción – o quizá no quede nadie para recordarlo.
¿Alguien cree que ese tipo de «emprendimiento» puede sacarnos de la crisis actual? ¿De qué servirá la próxima «app espía disruptivo-exponencial y matadora» cuando un virus puede cerrar países enteros, el clima fuerza crisis de refugiados y la desigualdad impulsa epidemias de adicción a opioides? Al otro lado de esta pandemia yace tierra de nadie, sembrada de empresas recién difuntas que se unen a la ya enorme montaña de malas ideas de “startup”, «innovaciones» desperdiciadas y fondos de inversión de riesgo fallidos. Es el desperdicio de la innovación, un campo lleno de residuos. ¿Y si algo fuera rescatable?
Dada la pésima tasa de éxito demostrada por inversores en “startups” y de riesgo y el obvio deseo en América de donar dinero a causas dignas, no puedo evitar preguntarme por qué separamos las dos cosas. La razón, en breve, es «el código fiscal». Pero la razón matizada, tal cual me la explicó el conocido asesor de inversiones David Salem, es un tanto más reveladora: es por culpa del «capital barato». Cuando el coste del capital está tan bajo, malgastar dinero es menos caro que pensar en la inversión de recursos a largo plazo necesaria para salir de este lio.
De ahí que me pregunte si hemos perfeccionado la economía equivocada. ¿Y si pudiéramos resolver estas contradicciones y unir estas fuerzas —hacer el bien y progresar abrazando el ánimo de lucro— de una nueva manera? ¿Y si pudiéramos revitalizar la ingenuidad que nos dio el sueño americano dejando medrar a un espíritu emprendedor genuino, que ahora brilla por su ausencia, dedicado a resolver problemas que importan y crear grandes empresas en lugar de limitarse a vender “startups”?
Antes del inicio de la pandemia di una charla en el Club de Emprendedores de la Harvard Business School. Me preguntaron: «¿Cómo encuentro una idea, para emprender o invertir?». En aquel momento, con artículos diarios sobre la epidemia de opioides, protestas climáticas semanales y artículos mensuales sobre el aumento de la desigualdad, traté de inspirar a estos aspirantes a emprendedor a hacer algo que realmente importara.
Eso parece especialmente relevante hoy en día —e incluso más fácil de explicar. Existen al menos tres modos de jugar a ser «emprendedor», pero no todos llevan al progreso económico que necesitamos. Yo los llamo: empresario o “industrialist” (llamémoslo Emprendedor 1.0); startup-especulador, que he mencionado al principio; y Tinkerer, el más reciente y la base de la Sociedad de Tinkerers. Tinkerer es el modo más nuevo, persigue empresa con significado y con afán de riqueza. Satisface nuestro anhelo por una noción de riqueza sostenible. Es el modo de emprender que me he propuesto ayudar a prosperar. Pero para explicar por qué, necesito asegurarme de que todos estamos en la misma página en lo que se refiere al significado de las otras opciones.
Personajes como Henry Ford, Nikola Tesla, Thomas Edison y otros empresarios e industriales inspiraron una cultura de “Emprendedor 1.0” que incluye hoy en día a casi todos los que se atreven a abrir un negocio —una empresa de tecnología, un restaurante, una consultora, un bufete de abogados o lo que sea— o los que convierten una obra de arte, una película o un libro en un negocio.
La característica clave que comparten estos Emprendedor 1.0 es que se sienten impulsados a trabajar en algo que despierta su curiosidad, les interesa, o simplemente creen que se les da bien. Los Emprendedores 1.0 “Extremos” se caracterizan, además, por la atracción hacía un problema que muchos de sus contemporáneos ven intratable cuando no peregrino, incluso trabajar en el problema parece absurdo. A los que resuelven tales problemas se les juzga por el camino por su idiosincrasia y después se les reverencia por sus éxitos. El Elon Musk que se propuso enviar un invernadero a Marte y que finalmente fundó una empresa privada, SpaceX, que logró llevar astronautas a la estación espacial en medio de la pandemia de 2020, entraría en esa categoría.
Las empresas que nacieron de este modo de entender emprender llegaron para quedarse: Alnylam, Square, la Fundación Bill y Melinda Gates, y otras menos recientes como Bloomberg, Hewlett-Packard, Intel, Apple, Oracle, Microsoft, Amazon, Berkshire Hathaway son todas ejemplos de la manera de ser del Emprendedor 1.0, es decir, comenzar un negocio sin necesidad de (ni uso para) esas recetas que ahora están tan de moda, y mantenerse en el negocio.
Sigue habiendo grandes ejemplos de individuos (hombres y mujeres) que han optado por el camino del Emprendedor 1.0: Leila Phirajhi de Revivemed; Mariana Matus de BioBot analytics; Harry Schechter de la empresa de “Internet of Things” TempAlert; Marta Ortega-Valle de Greenlight Biosciences, Ferran Adrià, el chef español; Alexandra Wright-Gladstein de Ayar Labs; David Brewster y Tim Healy de EnerNOC; el estratega de inversiones y fundador de Epsilon Theory, Ben Hunt; y muchos otros. Los inversores que van más allá de especular con startups y ponen su dinero y conocimientos al servicio de problemas que merecen ser resueltos también encajan en el perfil: Vinod Khosla de Khosla Ventures; Noubar Afeyan de Flagship Pioneering; y John Fischer de DFJ. Todos pueden ser buscados en Google.
Si aceptas que el negocio de Emprendedor 1.0 puede verdaderamente ser cualquier cosa, te estarás dando permiso para apreciar Star Wars o Harry Potter como el resultado de Emprendedor 1.0, y con ello buscar inspiración en el trabajo de George Lucas, J.K. Rowling, will.i.am de los Black Eyed Peas, y un sinnúmero de otros que comenzaron con una pasión y crearon un negocio exitoso a partir de ella.
Puede que os preguntéis ¿y por qué tuvo que explicar esto en Harvard?, ¿no se sabe todo esto allí? Puede que no sepáis que en las últimas dos décadas las universidades de élite se han abandonado a otra forma de «emprendimiento». Debido a eso, estos días, las historias del Emprendedor 1.0 rara vez llegan a las clases de nueva empresa; simplemente no encajan bien con la startup-especulación—esto es, la fórmula de «haz el pitch de un producto mínimo viable y corre» que está de moda.
Lo más frecuente en las últimas décadas ha sido crear una startup o, para ser más exactos, la startup-especulación. Su objetivo: fundar una startup nacida para ser vendida – y sacártela de encima antes de que te deje a ti.
La startup-especulación esta alimentada por un conjunto de libros publicados en los últimos 20 años que dicen hablar de nuevas empresas pero confunden marketing de productos (imaginarios), creación de nueva empresa, diseño, e innovación y rayan lo arcano en su necesidad de crear palabras a cuál más esotérica y circular: Lean Startup, Design Thinking, The 24 Steps of Disciplined Entrepreneurship, y el Startup Owner’s Manual entre otros. Y esa misma startup-speculación se ve reforzada por toda suerte de palabras de moda evocadoras (que muestro en cursiva): tener una idea de producto o servicio; hablar con muchas personas relevantes para validarla; dar el discurso del crecimiento rápido (exponencial); hacer algún tipo de experimentación barata cambiando los atributos del producto imaginario de una startup mono-producto; y medir el éxito en número de usuarios, que no euros. Si no funciona, empieza de nuevo con una nueva idea para un nuevo producto. Una serie de artículos de la revista The Economist en 2019 proporciona una letanía de razones por las que la caza del “unicornio” que sigue a la startup-especulación se asemeja más a una estafa que a nada que un emprendedor debiera hacer.
Claro, la especulación ha funcionado bien para algunos. Pero aquí estamos, inmersos en al menos tres profundas crisis, sin ninguna de estas soluciones «prefabricadas» que se pueda presentar como el producto para consumidores que lo arreglará todo.
Volvamos a la pregunta que me hacían los estudiantes de Harvard: «¿Cómo encuentro la idea?» No se trata realmente ni de «tiempo» ni de «dinero» —todos los enfoques pueden hacerte rico, y la velocidad es tremendamente variable. Snap y Tesla Motors salieron a bolsa unos siete años después de sus respectivas incorporaciones— sin embargo, la empresa de software requirió cinco veces más inversión que el fabricante de automóviles.
Escoges el juego al que quieres jugar. Y, especialmente hoy en día, eso va a requerir pensárselo bien. Emprender 1.0 va de construir empresa: es un juego de ampliar la escala que requiere saber utilizar e inventar tecnología (para eso verdaderamente inventamos tecnología: para lograr más). La startup-especulación va de levantar fondos para ideas de producto y de conseguir inversores: es un juego de percepción que requiere fustigar mensajes de marketing.
Pero ¿qué pasa con las crisis a las que nos enfrentamos hoy en día? ¿Qué hay de la opción de abrazar el progreso sin miedo al lucro? Ese es el camino que he llamado Tinkerer. Apenas está empezando a revelarse como una posibilidad ahora que la frivolidad y el desperdicio ya no pueden ser una opción. Puede sacarnos de este círculo vicioso de crisis. Es el futuro.
La gente que sigue este camino es trabajadora, diligente, y aprende haciendo. Los tinkerers se valen de una intensa experiencia práctica, manejando tecnologías y conocimientos de cualquier tipo —ingeniería, ciencias, pero también humanidades, finanzas, lo que sea— para obtener una verdadera comprensión práctica del problema. No se trata de seguir recetas cual robot o de crear startups cual especulador, sino de solucionar problemas reales-—del tipo que aún no ha resuelto nadie ni sabemos aún cómo resolver, hay que descubrirlo. Este talento ha crecido en una economía que ya no se define por trabajos de por vida, como explica Sarah Kessler en su libro Gigged, pero que podría definirse por problemas resueltos. Estos tinkerers creen que hacer bien, fomentar progreso y enriquecerse lícitamente al hacerlo son compatibles lo uno con lo otro; a pesar de haber oído lo contrario (que la obra social está reñida con el hacer dinero) a lo largo de su escolaridad. Este nuevo talento redefine lo que puede significar ser tu propio jefe.¡
Tinkering viene primero, antes incluso de que la idea cuaje. Thomas Edison también lo hacía así. La cuestión a resolver se esclarece a través de ese tinkering—juguetear, modelar, tantear, probar, demostrar— sin gastar ni un ápice de energía en desarrollar el discurso perfecto para inversores imaginarios o dar por sentado que de ese figmento de idea tenga que salir un negocio. Es un antídoto a la presión social que induce a precipitarse al vacío antes de que una idea sea firme.
El tinkering del que hablo puede articularse sobre la base de premisas sencillas y de ideas en aparencia peregrinas. Por ejemplo:
- ¿Y si para resolver el cambio climático hiciésemos que la avaricia fuera compatible con el medio ambiente? —cuanto más avariciosa la especie más habitable el planeta.
- ¿Y si para traer de vuelta la manufactura, con nuevos y buenos trabajos, sólo tuviésemos que descentralizar las fábricas y al hacerlo nos volviésemos más competitivos que las fábricas que se fueron?
- ¿Y si pudiéramos reciclar los desperdicios de la innovación, sus residuos (Innovation Waste), todas esas startups y tecnologías que no llegaron a puerto alguno? Reaprovechar tecnologías que otros descartaron, diversificarlas, y ponerlas en manos de aquellos que pueden usarlas como instrumentos de tinkering.
De hecho, estas son algunas de los proyectos en los que mi equipo está ya trabajando. Muchas de las empresas que celebramos hoy comenzaron con arrebatos de locura como estos. Puedes encontrar algunas historias de este tipo de proyectos en mi libro Innovar y en Loonshots de Safi Bahcall.
A lo largo de la última década he formado y guiado a personas que querían aprender a valerse de tecnología (cualquier tecnología, vieja o nueva, dentro o fuera de su conocimiento, no sólo apps) para abordar problemas reales. He visto crecer el número de personas trabajadoras y diligentes que anhelan poder construir su carrera dedicándose a resolver de manera sostenible y provechosa, problemas reales, que importan, los desafíos que no nos estamos dando modo de abordar. Estos son los nuevos Tinkerers. Para hacer frente a los desafíos que los enfoques tradicionales de financiación de empresa o filantropía ponen fuera de nuestro alcance, estos nuevos profesionales necesitan una comunidad, instrumentos, un método y carreras en las que desplegar su talento para la solución de problemas.
Este momento exige un talento e inversores excepcionales, dispuestos a abrazar un principio sencillo: se puede ganar mucho más dinero invirtiendo en organizaciones dedicadas a atajar problemas que importan en continuo que prologando discusiones bizantinas sobre el mérito de fracasar 9 de cada 10 veces o maquinando sobre a quien se puede todavía convencer de que los unicornios existen.
No necesitamos más productos mínimamente viables.
Necesitamos organizaciones máximamente viables que ataquen los grandes problemas con la mentalidad de un tinkerer y los objetivos de un capitalista.
Con la pandemia del coronavirus de frente y el mundo cambiado al que nos enfrentaremos cuando termine, me siento llamado a construir esa comunidad en la que los Tinkerers 1.0 y un nuevo tipo de inversor de vanguardia puedan prosperar.
Imagino, y estoy creando, un nuevo tipo de organización dedicada a explorar problemas que importan, a construir organizaciones audaces que no consiguen fracasar (fail to fail), a reciclar ideas y tecnologías para acabar con el desperdició de innovación (Innovation Waste), y a crear los instrumentos para atajar problemas reales con los que impulsar la Sociedad de Tinkerers que hará de resolver problemas una empresa provechosa.
Esa es la “reimaginación” del progreso que necesitamos para superar ese déficit de autenticidad del que hablaba y acabar con nuestra adicción a poner la especie al borde de la extinción a golpe de crisis. Requiere que hagamos compatibles ánimo de lucro y progreso social, ese terreno inexplorado tan necesitado de tecnología y tinkering y que la rigidez de la tradiciones empresarial y filantrópica han puesto tan a menudo fuera de nuestro alcance. Este es el momento de inventar ese nuevo modo de invertir y estos se antojan los pasos a dar para dar a quienes lo deseen la posibilidad de innovar armados de la ingenuidad que define a la versión del sueño americano más humanista y capitalista. Y con ello restaurar y, en algunos lugares, crear por primera vez, la conexión entre trabajo y progreso económico para los individuos y por ende el mundo.
“La Fundación Rafael del Pino no se hace responsable de los comentarios, opiniones o manifestaciones realizados por las personas que participan en sus actividades y que son expresadas como resultado de su derecho inalienable a la libertad de expresión y bajo su entera responsabilidad. Los contenidos incluidos en el artículo adjunto, escrito por Luis Perez-Breva, son responsabilidad de su autor.”